El trajín en los andenes de salida de la estación de Cantón se suele concentrar en vísperas de las vacaciones del Año Nuevo chino: millones de emigrantes cargan entonces con maletas de papel o bolsas de tela en dirección a sus hogares en las empobrecidas provincias del interior. Pero la escena se repite estos días: trabajadores en paro (130.000 diarios, según las autoridades), cansados de buscar empleo y con salarios atrasados, se van de una zona que tradicionalmente ha escenificado el apogeo de la economía china. Cantón, en el rico sureste, es la fábrica china, o lo que es lo mismo, la fábrica global.

Buena parte de las manufacturas chinas que inundan el mundo salen de Cantón y de la cercana provincia de Zhejiang. Hong Kong, a escasos 200 kilómetros, diseminó fábricas por el área del valle del Río de la Perla y concentró la gestión en la isla. En esa zona se fabrica lo que hace años llevaba los sellos ya casi desaparecidos de Made in Hong Kong o Made in Taiwan. Por Cantón ha entrado la crisis en China: la bajada de la demanda global, la apreciación del yuan y el aumento de los precios de las materias primas y de los salarios han llevado a la quiebra a decenas de miles de pequeñas y medianas empresas. Los empresarios lamentaban hace unos meses que el exceso de demanda les obligaba a subir salarios y ofrecer incentivos para fidelizar a sus trabajadores. La crisis ha terminado con esa relativa dicha de los emigrantes rurales.