Una fotografía de Kim Jong-il preside el centro comercial Pothonggang en Pyongyang. Lo inauguró el padre del actual dictador en 2010 augurando que mejoraría la vida en la capital y certifican su acierto las colas en el cajero, donde unos pagan con dólares y otros con tarjeta. Los variados productos de coloristas envoltorios que se aprietan en sus estanterías remiten al capitalismo desbocado. «Nuestro país ahora produce de todo: chocolatinas, galletas, patatas fritas…», explica Song Un Ryol, encargada.

Pothonggang epitomiza el florecimiento de algo parecido al capitalismo en Corea del Norte a pesar de que oficialmente sigue regida por la apolillada filosofía juche o de autosuficiencia. El proceso es conocido: un gobierno paternalista ya no puede cubrir las necesidades de su población y debe elegir entre dejarla morir o abrir la mano. La gestión errática y el elefantiásico gasto militar deterioraron la economía hasta las catastróficas hambrunas de los 90. La pura supervivencia creó precarios mercados negros donde se malvendía cualquier bien familiar para comer un día más. Y acabadas las hambrunas, los mercados permanecieron.

La permisibilidad guadianesca de Kim Jong-il ha virado al desacomplejado estímulo con su hijo. Los agricultores venden la cosecha tras entregar la cuota estatal, los empresarios no son ya perseguidos y las compañías estatales pueden contratar o despedir a trabajadores, subirles el sueldo o repartir beneficios.

El resultado son tibias mejoras. Seúl calcula que el crecimiento económico supera el 1% anual en el último lustro. Los indicios se acumulan en Pyongyang. Los restaurantes abundan en las plantas bajas, quioscos con zumos y refrigerios salpican las calles y mastodónticos complejos de ocio se han levantado en los últimos años. Las grúas y las inauguraciones de viviendas y calles evidencian el boom constructor. La noche ya no condena a la oscuridad absoluta, los cortes de electricidad se espacian y aquellas calles vacías muestran hoy un respetable tráfico.

El sistema de responsabilidad familiar agrícola, las zonas económicas especiales… todo remite a China. Deng Xiaoping abrazó el pragmatismo con aquella germinal frase del gato que, blanco o negro, debía de cazar ratones. El orgullo norcoreano impide jubilar la ideología delirante con la audacia china. Palabras como proceso, reformas, apertura o capitalismo son tabú y en la prensa y discursos oficiales se habla de «nuevos métodos de gestión en nuestro propio estilo». Los Kim han apuntalado su legitimidad en un sistema propio y el pueblo presume de las virtudes socialistas frente a la degeneración capitalista.

Mencionar los cambios supondría admitir el fracaso, limaría la moral popular, debilitaría la autoridad y estimularía las luchas intestinas. Pekín aclaró que Mao erró en el 30% de sus acciones pero Kim Jong-un nunca admitirá que su abuelo y fundador del país se equivocó en un 1%. La situación apunta al delirio: Corea del Norte reprocha a China los cambios que le copia con descaro.

«Nuestras vidas son mucho más fáciles y felices que las de nuestros padres y abuelos y estoy seguro de que la de mi hijo lo será aún más. Ahora tenemos de todo», señala Jon Hyok-jun en Potthongang. Está prohibido fotografiar el whisky Johnie Walker, el perfume Chanel, los televisores de plasma Panasonic, las zapatillas Adidas… Todos incluyen el precio en won (moneda local) y dólares con el cambio del mercado negro.

Los salarios medios de 6.000 won no dan más que para un par de kilos de arroz. Muchos de los productos que se despachan sin pausa requieren sueldos de varias vidas pero la economía oficial es anecdótica. Las urbanitas exploran cualquier vía prohibida para conseguir ingresos. Los expertos estiman que la economía gris supone un tercio de la total. La alegre convivencia de dólares, euros y yuanes en las transacciones aconseja una calculadora a mano.

Las reformas son indispensables, aclara Chung-in Moon, profesor de Ciencia Política de la Universidad de Yonsei (Seúl). «Kim Jong-un desea profundizarlas aunque amenacen su supervivencia. Atraer inversión extranjera es clave porque carece de medios internos para sufragar la transformación del sector manufacturero, pero las sanciones por su programa nuclear limitan sus esfuerzos», añade. Kim Jong-un está ante la encrucijada de acelerar las reformas para que aguante el país pero sin abrazar el capitalismo porque debilitaría su posición. El contexto exige tacto y ese espíritu de supervivencia que ha grapado a los Kim al país durante siete décadas.