Polonia, la gran esperanza de Europa del Este tras la irrupción de Solidaridad, ha resultado un fiasco. El Gobierno ultranacionalista de la primera ministra Beata Szydlo dirige un asalto a la independencia del poder judicial y a las libertades con un endurecimiento de las leyes del aborto; persigue a las oenegés y a los medios de comunicación críticos. El ambiente es irrespirable. La Unión Europea (UE) ha abierto un proceso que puede concluir en la suspensión temporal de su derecho de voto. Se le acusa de violar el Estado de derecho.

No debe importarles demasiado la imagen de país carca que proyectan: su Senado acaba de aprobar una ley que violenta la memoria de millones de personas asesinadas en los campos de exterminio y de concentración nazis. En ella se crea un nuevo delito: acusar a Polonia de complicidad en el Holocausto. Se castiga con multas y penas de hasta con tres años de cárcel.

Al Gobierno le molesta sobre todo la expresión «campos de exterminio polacos». La pronunció Obama en su visita a Auschwitz. Si se dice y se escribe así es por ahorro en el titular y porque los más mortíferos estaban en Polonia pese a que fueron creados y dirigidos por los nazis. Con esta excusa se pretende borrar una memoria más amplia de complicidad.

El presidente polaco sostiene que su país tiene derecho a «defender la verdad histórica». El problema es definir esa verdad. ¿Quién lo debe hacer? ¿Los historiadores o los fanáticos? Los lindes de la verdad no siempre son fáciles. Lo único claro es que existen víctimas y verdugos, pero se trata de una división que no funciona por nacionalidades: alemanes, todos malos; polacos, todos buenos.

No hay duda de que entre las víctimas están los 11 millones de asesinados en los campos nazis, de los que seis millones eran judíos, la mitad de ellos polacos.

También es un hecho que un número elevado de fascistas polacos participó en el persecución de los judíos. También lo es que otros miles de polacos se opusieron a los nazis y acabaron en las cámaras de gas de Auschwitz, Birkenau o Treblinka. Es un país con dos almas, como lo fue Francia. Como lo es España con su propia memoria.

La nueva ley coquetea con el negacionismo. Llega en un momento de auge de la extrema derecha en casi toda Europa (Polonia es un ejemplo). En este clima se han multiplicado los actos antisemitas. Solo en el Reino Unido se tiene noticia de 1.382 incidentes en el 2017. Según Community Security Trust, una organización que analiza el antisemitismo, es la cifra más alta desde que empezó sus trabajos en 1984.

La nueva ley polaca ha soliviantado al primer ministro israelí, Binyamin Netanyahu, que es experto en otro tipo de negaciones. No hace mucho su Gobierno logró que la página oficial de la NBA dejara de hablar de «territorios ocupados», que es como la ONU considera a Cisjordania. Israel prefiere territorios, sin más, como si en ellos no vivieran tres millones de palestinos.

Cunetas y fosas comunes

España también tiene problemas con su memoria histórica. No hablamos solo de los asesinados por el franquismo, que es evidente: el Gobierno del PP niega fondos para la recuperación de los restos de más de 110.000 españoles que siguen enterrados en cunetas y en fosas comunes. Hablamos de los 5.500 españoles asesinados por los nazis en Mauthausen y otros campos.

El Parlamento español aprobó por unanimidad en abril del 2015 una proposición no de ley para rendir un homenaje a estos compatriotas, la mayoría de ellos republicanos. Se preparaba la conmemoración del 70º aniversario de su liberación. Hace casi tres años de aquello y aún no hay noticias de ese homenaje.

Hay casos edificantes, como el del Parlamento de Galicia, controlado por el mismo PP impávido desde el Gobierno de España, que acaba de condenar al Gobierno de Franco, al que tilda de fascista, por deportar a miles de españoles a los campos de exterminio nazis.

Y hay casos lamentables, como el de la Asamblea de Madrid en la que el PP rechazó la lectura de los nombres de los cerca de 500 madrileños asesinados por el nazismo. La negativa coincidió con una exposición sobre Auschwitz en la que todos se han llenado la boca para manifestar su horror.

Los hinchas del equipo alemán St Pauli, actualmente en Segunda División, nos han dado una gran lección de memoria, civismo y empatía. Antes de comenzar su último partido guardaron un minuto de silencio en homenaje de las víctimas del Holocausto. Muchos seguidores sostenían telas negras con los nombres de los asesinados. En la tribuna principal, dos grandes pancartas: «No olvidar. No perdonar».