El Donald Trump excesivo, caótico e imprevisible acapara los titulares y deslumbra otra realidad: ha sido en su primer año como presidente de Estados Unidos (EEUU) altamente efectivo. Su Casa Blanca, su Administración y el Congreso han hecho avanzar la agenda radicalmente conservadora y neoliberal del Partido Republicano y de grandes donantes, más ideológicos que el propio Trump. Y se está transformando EEUU.

Aunque la lista de logros legislativos con el Congreso en control de los republicanos parezca raquítica, solo con la reforma fiscal, el impacto de esa medida es descomunal. Le ayudó a golpear la reforma sanitaria de su antecesor, el expresidente demócrata Barack Obama. Y pese a quedar lejos de algunas promesas de campaña, su combinación con buenos datos económicos, una bolsa que bate máximos históricos y el desmantelamiento de las regulaciones ha desatado una ola de optimismo y aplauso en el mundo empresarial en general.

CONFIANZA EMPRESARIAL

Se revisan al alza las perspectivas económicas, la confianza empresarial alcanza récords y hay bonus y subidas. Y la lucha contra las regulaciones, que Trump convirtió en orden ejecutiva a los once días de mandato, ha hecho que por primera vez en seis años los costes regulatorios no sean la primera preocupación de los empresarios estadounidenses.

El presidente Trump también ha llenado su Administración de duros críticos con la regulación y no hay terreno exento de la apuesta por deshacerla: en tan solo doce meses -periodo de la presidencia del magnate- se han retrasado, retirado o desactivado un total de alrededor de 1.600 regulaciones.

El retorno de los combustibles fósiles al centro de la política energética y el abandono de la lucha contra el cambio climático es uno de los terrenos de impacto más evidente durante este año de mandato. Trump no ha tenido ningún reparo en sacar a EEUU del Acuerdo de París y ha dado luz verde a los polémicos proyectos Keystone XL y Dakota Access. Se han retirado órdenes fundamentales del plan de Energía Limpia de Barack Obama; se han reducido terrenos protegidos y se han ampliado permisos a perforaciones.

También se ha acabado con la neutralidad en la red y se han restado protecciones a la privacidad. Se ha puesto freno a potenciales demandas colectivas y el sector de la banca ha visto cómo se relajan restricciones y controles.

La regresiva agenda conservadora también avanza en lo que a la política social se refiere. Se ha suspendido, por ejemplo, la regla que obligaba a informar de diferencias salariales por género y raza, la que daba libertad a las personas transgénero a usar el baño que eligieran en la escuela, la que requería a los colegios implementar sistemas para juzgar la calidad de la enseñanza o la que hacía más fácil denunciar asaltos sexuales en la universidad.

Esta misma semana se ha creado una oficina especial de «conciencia y libertad religiosa» para permitir a empleados de los distintos centros médicos a no participar en prácticas de abortos.

Es un asalto a las políticas progresistas de su predecesor, pero en la diana, hay algo más: la Gran Sociedad del expresidente Lyndon Johnson, que ocupó la Casa Blanca en la década de los 60. Y han empezado los golpes a ese esquema de prestaciones sociales: la Administración ha dado luz verde a los estados para que, por primera vez, impongan requerimientos laborales para obtener Medicaid, la asistencia sanitaria pública para los pobres. El estado de Kentucky ya lo ha hecho.

Otro logro para Trump ha sido el cambio práctico en la política migratoria. El racismo y la xenofobia que exudan sus declaraciones va calando en la realidad política y aunque el muro con México sigue en el éter, ya se ha alzado uno invisible pero efectivo.

Los cruces ilegales de la frontera están en mínimos históricos y aunque las deportaciones de la actual Administración republicana no han superado las cifras que se dieron durante el mandato de Obama, se han intensificado las detenciones y las expulsiones de quienes ya vivían en EEUU (más de 80.000).

VETO A LOS MUSULMANES

Tras el caótico arranque de su veto a los musulmanes, la Administración ha aprendido y el veto, aunque modificado, está en vigor. La cifra máxima de refugiados que admitirá este año EEUU es de 45.000 personas. Se trata del número más bajo desde el años 1986.

Se ha endurecido el lenguaje del asilo y se ha acabado con algunos de los programas específicos de protección. Los abogados especializados constatan, además, que se está frenando la inmigración legal, intensificando el escrutinio para todo tipo de visados.