Eran la infantería del Imperio, pero en estos días andan revueltos contra las autoridades oficiales. Primero se amotinaron, después ocuparon el anfiteatro de los Flavio y este jueves se enfrentaron a mano pelada y con doradas espadas de madera a los municipales de la capital. El alcalde de Roma quiere echarles del Coliseo, pero ellos defienden su puesto de trabajo. "¡Tenemos familia!", gritaban, al estilo de los Alberto Sordi, Ugo Tognazzi y Totó del cine italiano. "¡Infames!", espetaban a la guardia urbana que intenta desalojarles.

La escena un tanto surrealista, que desde hace 15 días se repite a jornadas alternas, es casi siempre aplaudida por los numerosos turistas que visitan el monumento y que, pasmados, no dejan de tomar fotos y vídeos de una "verdadera" pelea de centuriones romanos frente a sus narices. "¡Tener razón!, ¡Dejar trabajar!", gritan en un italiano aproximado dos japonesitas que no dejan de darle al clic de sus digitales. "No molestan, dejadles que reciban una propina", susurran otros forasteros italianos, que por la crisis actual ya pagan unos dos mil euros anuales más de presupuesto familiar. Cierto es que, frente a un monumento más bien serio y socialmente soso, con esos centuriones a la carbonara el anfiteatro recobra un poco de su vida de antaño, cuando casi 80 mil espectadores seguían los populares y sanguinarios espectáculos al son de pan y circo, el eslogan más usado por la política de todos los tiempos.

Un concejal del municipio --ayuntamiento de derechas-- tuvo la genial idea, eso le pareció, de reconstruir en polisterol y cartonpiedra la Roma antigua en las afueras de la capital, con legionarios, centuriones, césares, plebe y esclavos incluidos. Habría sido una especie de reducto, al estilo de la Venecia reproducida en Las Vegas, al que llevar en ómnibus a los cinco millones de turistas que visitan el austero monumento. Tal vez más real que la realidad misma, probablemente más comprensible, seguramente una experiencia única para los menores. Pero al concejal le dijeron que Roma no necesita imitaciones.

Invasión de gladiadores

La invasión de centuriones y de algún gladiador y legionario comenzó con el nuevo siglo y desde el Coliseo se esparcieron enseguida por Trevi, Panteón y Sant'Angelo. A cambio de una foto exótica reciben una propina. Y ahí está la cuestión, porque una ley prohíbe el comercio ambulante en los alrededores de los monumentos, aunque resultarían de difícil explicación las numerosas furgonetas que frente a la estatua de César o debajo de la logia de Alejandro VI venden refrescos y fruta a precios de filete.

Los centuriones proponen al municipio que les expida un carné profesional y "reglas profesionales ciertas". "No hacemos daño a nadie", aducen, a pesar de que guardias urbanos disfrazados de espías imperiales les hayan cazado "exigiendo" cincuenta o incluso cien euros a los desprevenidos turistas. Al comienzo eran 30, ahora unos 50 y, al igual que la crisis, no dan señas de disminuir la tendencia, sino al contrario.

Al principio se autorreglamentaron, decidieron que no pedirían más de cinco euros por familia que quisiera una foto; alquilaban los vestidos que ahora confeccionan sus esposas o compran a dos mil euros por cabeza, y se han inscrito en Hacienda como saltimbanquis callejeros. Declaran anualmente "a la espera de ser reconocidos como colectivo profesional", explica Davide Sonino, 38 años, padre de dos hijos y portavoz de la legión armada.

Autorizar el trabajo

"Tengo la sensación de representar un poco la historia, el mito de una ciudad como Roma, que, aún siendo pequeña, se convirtió en dueña del mundo, es una responsabilidad", añade. Años después corren rumores de que la pequeña criminalidad local ha entrado en el ajo y cobra por autorizar el trabajo de los extras. Son solo rumores, regularmente ventilados en las páginas de los diarios de estos días, que a lo mejor apuntan a un objetivo más ruin.

A principios de mes, con la excusa del Vía Crucis papal en el Coliseo se los llevaron, pero cuando a los tres días y en Pascua volvieron el alcalde, Gianni Alemanno, se enfadó y envió a sus legiones municipales para acabar con lo que el ministerio de cultura considera una afrenta al monumento.

Hubo arrestos y negociaciones, pero sin resultado. "Se trata de un caso complejo", explican en Bellas Artes, dando a entender que Roma no es Prusia y que aquel "tengo familia" gritado en la capital de Italia constituye una clave que puede abrir muchas puertas. En el ayuntamiento añaden que "Bellas Artes se ha puesto férrea" y que si el municipio "quiere recuperar la legalidad debe ser coherente", pero que "al mismo tiempo no se puede ignorar a 30 familias en dificultad".

Mientras deciden, el espectáculo guerrero carnavalesco está asegurado.