Miles de palomas blancas en el cielo pequinés finiquitaron el acto que había empezado hora y media antes con un discurso presidencial pacifista. China hizo de ese lapso un escaparate de su arsenal más rutilante que la confirma como potencia militar, aunque aún a kilómetros luz de Estados Unidos. La conmemoración del 70 aniversario de la rendición japonesa, este jueves, fue una esquizofrénica aleación de músculo bélico y anhelos de concordia.

«Los chinos amamos la paz. No importa lo fuerte que lleguemos a ser, nunca pretenderemos la hegemonía ni la expansión ni causaremos el sufrimiento que padecimos nosotros», señaló bajo la canícula el presidente, Xi Jinping. Y anunció el recorte del 13% de las tropas del Ejército de Liberación de Popular, que seguirá siendo con dos millones de soldados el más numeroso del mundo. Ya sus predecesores habían limado en 700.000 unidades al cuerpo. El Ejército chino avasalla en número pero sigue muy atrás en modernización respecto a los occidentales.

ARTE EN EL DESFILE

Xi salió de las entrañas de la Ciudad Prohibida tras el discurso sobre el histórico descapotable de fabricación nacional para pasar revista a las tropas con gritos de «Saludos, camaradas» que eran respondidos con enérgicos gritos. La soldadesca china, sin experiencia en combate en décadas y un currículo de victorias muy mejorable, ha hecho del desfile un arte. Formaciones de cientos de miembros se mueven como uno solo. La participación de tropas de 17 países subrayó el mérito chino: en formaciones de un puñado de soldados no costaba ver un brazo balanceándose más alto que otro o un pie retrasado.

El presidente ruso, Vladimir Putin, su homóloga surcoreana, Park Geun-hye, y el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, dieron algo de lustre al palco de autoridades de la plaza de Tiananmén. Los líderes occidentales boicotearon la orgía armamentista en un escenario vinculado aún al oprobio. «Estaban preocupados porque el desfile focalizara su atención en el poder militar en lugar de la paz y que fuera usado para promover a China y vilipendiar a Japón», señaló Scott Kennedy, sinólogo del Centro de Estudios Internacionales Estratégicos, quien dijo que el calendario vacacional tampoco ayudó a la convocatoria.

Existe un ambiente sano, lúdico y familiar. Desde Occidente se explica el ferviente nacionalismo chino por el simple efecto de la propaganda sin atender a la historia del país y dibujando una masa uniforme de 1.300 millones de personas movidas al dictado del Gobierno. William MC Qiu, de 52 años y asesor de protección medioambiental, lo desmiente. Ha vivido más de dos décadas en Nueva Zelanda, a salvo de los medios oficiales. «Tenemos derecho a sentirnos orgullosos de cómo nos hemos levantado. Más de 30 millones de chinos murieron en aquella guerra y el país estaba devastado».

ÚLTIMA TECNOLOGÍA

Las críticas a Tokio son constantes. «No necesito que mi Gobierno me lave el cerebro. Mi tío luchó contra los japoneses, sé que mataban a los chinos como si fueran animales. Japón nunca ha pedido perdón como lo ha hecho Alemania por su nazismo. Abe utiliza fórmulas artificiales, es evidente que no le sale del corazón», continúa.

Las masacres cometidas por Japón no son guerras lejanas en el tiempo y manipuladas por historiadores sino que integran la biografía de muchos chinos. Grupos de veteranos se veían ayer en las gradas y el asfalto. La certeza que anida en un país aún traumatizado por aquellos episodios de que solo la fortaleza evitará su repetición explica la algarabía ante cada artefacto bélico.

El discurso de Xi sobre el retrato de Mao que preside la entrada de la Ciudad Prohibida permite un encuadre que junta a la China imperial, la maoísta y la actual. La autocomplacencia de las últimas dinastías permitió que el país fuera saqueado por las potencias occidentales y devastado por Japón. Los tanques y misiles que circularon frente al antiguo hogar imperial revelan que la protección ya no se confía a sus muros sino al arsenal de última tecnología.