Los casi seis millones de singapurenses que se aprietan en apenas 700 kilómetros cuadrados gestionan estos días el mayor espectáculo del año. Ni siquiera el aluvión de funcionarios, personal de seguridad, analistas y periodistas ha desordenado una metrópolis que sublima la armonía. Hay monedas conmemorativas, helicópteros Apache y cazas F-16 en los cielos, menús y cócteles diseñados para la ocasión, imitadores de Kim Jong-un y Donald Trump en sus calles y tipos tan asilvestrados como el exbaloncestista Denis Rodman. Pero el corazón financiero asiático no presenta arritmias reseñables.

Singapur acumula experiencia como sede de magnos eventos diplomáticos. La Suiza asiática ya albergó dos años atrás la primera reunión de la historia entre los presidentes de China y Taiwán. «Siempre hay trabajo aquí», confirma Waes Dav, un local contratado para la seguridad durante el evento. «Olimpiadas asiáticas, cumbres regionales… es fácil ganar dinero en esta ciudad», señala. «¿Sabes por qué eligieron Singapur?», inquiere un taxista con la pegatina en el volante «Sonríe primero si quieres que los demás te sonrían a ti». «Porque es segura, limpia y ordenada. Aquí no tienen que preocuparse de nada, solo de arreglar sus problemas». Suelta una carcajada y me conmina a comprobar la fluidez del tráfico.

Singapur sonó con fuerza tan pronto Trump aceptó la reunión. No abundan los países con relaciones fluidas con la única dinastía socialista hereditaria del mundo. Las dos naciones asiáticas muestran unos intercambios comerciales razonablemente saludables para los estándares de Pionyang y Singapur acoge una embajada norcoreana. También cuenta la seguridad: el orden social aquí imposibilita cualquier manifestación en contra del líder que epitomiza la violación de derechos humanos.

Para controlar las calles de esa macrourbe, exponente de la Asia más desarrollada, también acudirán los gurkas nepalís. El mítico cuerpo de ataque alterna el armamento del siglo XXI con su icónica kukri, esa daga curvada que solo puede envainarse manchada de sangre. Los gurkas participaron en las dos grandes guerras mundiales y otros conflictos regionales con su reputación ganada a pulso de ser los más valientes entre los valientes. Su lema: la muerte antes que la cobardía.

Hotel de lujo

También la seguridad explica la elección de Sentosa, una diminuta isla unida al continente solo por teleférico y una carretera de 700 metros que será cortada. Era conocida como la isla de la muerte cuando se refugiaban los piratas que aterrorizaban los mares cercanos. Los japoneses, tras ocuparla en 1942, la adecuaron como campo de concentración. Y sobre sus playas fueron fusilados años después miles de singapurenses de etnia china.

Cuesta vislumbrar ese pasado. En los años 70 fue rebautizada como Sentosa («paz y tranquilidad» en malayo) y hoy es más conocida por sus playas, resorts de lujo, casinos, el parque temático de Universal Studios y los campos de golf donde Trump podrá ejercer su deporte favorito.

En ese paisaje de opulencia destaca el Hotel Capella que acogerá la reunión. El complejo de aroma colonial, serpenteante y salpicado de jardines tropicales fue diseñado por el arquitecto británico Sir Norman Foster. Cuenta con 112 habitaciones y suites que alcanzan los 7.500 dólares por noche. Parecen excesivos para la economía norcoreana y los rumores empezaron pronto. Washington los detuvo la semana pasada: no correrá con la factura ajena, al contrario de lo que hace Seúl en sus cumbres con sus vecinos del norte.