Una mujer abandonó el pleno municipal de la ciudad de Kumamoto con su bebé en brazos por la prohibición del reglamento y los lamentos de sus colegas. Yuka Ogata se ha convertido en el bastión de la defensa de los derechos de las trabajadoras en un país que se esfuerza en superar su machismo pero que aún tiene por delante un pedregoso camino. “Quería subrayar las dificultades que sufrimos para compatibilizar nuestro trabajo con la vida privada”, ha explicado Ogata.

Ocurrió el martes. Ogata, de 42 años, regresó por primera vez a sus deberes después de dar a luz. Pronto acudió hacia su silla el presidente, Yoshitomo Sawada. Conversaron durante varios minutos, con el bebé chupándose el pulgar en el regazo de su madre, hasta que ésta accedió a seguirle a su despacho. El pleno comenzó con las disculpas de Sawada por el retraso. “No eres tú el que debe de disculparse”, se escuchó desde la bancada en dirección a Ogata, que había regresado tras dejar a su hijo con un amigo.

La asamblea municipal aclaró que su bebé debía de ocupar la galería como el resto de visitantes sin atender a su edad. Y el reglamento, añadieron, no admite excepciones. Ahí las versiones difieren. Dice Ogata que sus tercas reclamaciones durante meses para llevar al bebé habían sido desatendidas y que solo consiguió la recomendación de contratar a una niñera. Dice la asamblea que solo expresó su angustia por “separarse de su hijo durante largo tiempo” pero que nunca propuso tenerlo en el pleno. “Escucharemos su pretensión y la estudiaremos”, concedió Sawada.

Gesto mediático

Ogata carece del perfil dúctil de la mujer japonesa. Estudió en una universidad estadounidense y trabajó con la ONU en Yemen. Quería dar un mensaje con su gesto mediático y lo consiguió. Su expulsión del pleno trasciende la anécdota y radiografía una sociedad. Japón está aún lejos de digerir que una senadora amamante a su hijo en el hemiciclo, como hizo recientemente la australiana Larissa Waters. También es pronto para los discursos triunfalistas que se escucharon en la reciente visita de Ivanka Trump a Tokio sobre sus políticas igualitarias.

El primer ministro, Shinzo Abe, emprendió una audaz y contracultural campaña para empujar a la mujer al mercado de trabajo cuando entendió, setenta años después que Mao, que un país no se levanta con la mitad de la población en casa. Hay avances innegables: aumentan las mujeres que regresan al trabajo tras la maternidad y se ha doblado el número de las que ocupan puestos directivos. Pero las buenas intenciones superan a los medios. Las guarderías estatales que anticipó Abe están por llegar y las listas de espera han crecido por tercer año consecutivo. Parece quimérico que se cumplan los planes de cubrir a todos los niños en 2020.

Política masculinizada

Ogata va a contrapelo en la masculinizada y esclerotizada política japonesa. Solo ha habido siete gobernadoras en las 47 prefecturas y 435 de los 475 asientos del anterior Parlamento estaban ocupados por hombres. Aún se recuerda que el discurso sobre la mujer trabajadora que pronunció años atrás una legisladora en el gobierno de Tokio fue interrumpido con consejos de que se casara y otras chanzas. También las sufrió Yuriko Koike en las elecciones que la convirtieron el pasado año en la primera gobernadora de Tokio. Shintaro Ishihara, el gran gurú del Partido Democrático Liberal, la definió como “una vieja a la que se la había pasado el arroz” y alertó de que no se podía confiar la capital a una mujer “con demasiado maquillaje”.

Japón ocupa el puesto 104 de 142 en igualdad sexista, las mujeres ganan el 70% del salario de los hombres por el mismo trabajo y un 60% lo abandona tras dar a luz. Capítulos como el de Ogata colocan al país frente al espejo y estimulan al Gobierno. “Al servir como concejala mientras crío a mi hijo espero ejercer de portavoz de otra gente de mi generación en situaciones similares. Aunque la educación de un hijo es una cuestión social, en el puesto de trabajo acaba siendo tratada como un problema individual”, ha afirmado.