El juicio por violación de un mediático líder religioso ha convulsionado el norte de la India. Entre la declaración de culpabilidad del viernes y la condena a 20 años de hoy, las turbamultas enajenadas han tomado las calles para defender a Gurmeet Ram Sahim Singh. La biografía del líder de la secta Dera Sacha Sauda exige un ejercicio de concisión. Digamos por ahora que sublimó la extravagancia en un gremio reticente a la ortodoxia.

Los disturbios han causado ya al menos 39 muertos y cientos de heridos en las provincias septentrionales del Punjab y Haryana. Sus seguidores han quemado gasolineras y estaciones de trenes en sus fragorosos enfrentamientos con miles de policías antidisturbios enviados desde todo el país. El paisaje descrito por la prensa local sugiere el caos. Internet ha sido cortado para evitar la organización de los vándalos, se ha declarado el toque de queda, cerrado colegios, prohibido reuniones en la calle e instruido a policías a disparar ante cualquier asomo de violencia. El asunto debía de ser peliagudo cuando no se trasladó a Singh a la sede judicial para escuchar la sentencia sino que el juez se dirigió a la cárcel, transformada para la ocasión en un fortín. Las fuerzas de seguridad impiden acercarse a menos de kilómetro y medio.

La sentencia de hoy nace de las denuncias de dos de sus seguidoras que en el 2002 acusaron a Singh de haberlas violado. Ese o cualquier otro delito son inverosímiles para su ejército de descastados. Ya antes había sido acusado de asesinato, fraude, violación e incitación a 400 seguidores a castrarse “para acercarse a Dios”.

Singh se define en su cuenta de Twitter como santo, filántropo, deportista, actor, cantante, director de cine y escritor, por hacer la lista corta. Es, desde luego, difícil de encasillar. Alterna fotos sermoneando o plantando árboles con blancas túnicas que rezuman espiritualidad con otras más belicosas. Su frondosa barba le acerca al rol del vengativo ángel del infierno en la película 'El mensajero de Dios' y su secuela en las que aplasta marcianos, fantasmas y villanos de todo pelaje sin compasión. Su ostentosa joyería y traje blanco con lentejuelas, sin embargo, sugieren un error flagrante de vestuario. Ha protagonizado electrizantes conciertos de rock y otros eventos multitudinarios y creado su propia línea de productos alimentarios. Nada sugiere que cumpla el autocontrol que aconseja a sus seguidores.

PROBLEMÁTICA SOCIAL

"Rockstar Dada" o el "gurú ostentoso" alcanzó el liderazgo con sólo 23 años de la secta Dera. Había sido creada en 1946 y hoy cuenta con 60 millones de seguidores y 46 centros en India. Un perfil como el de Singh empuja a la banalización pero debajo late una problemática social seria. El grueso de sus seguidores son descastados y parias sociales. Existen más de 10.000 organizaciones de culto en el Punjab, donde la tercera parte de la población son dalits o intocables. Esos gurús les ofrecen las soluciones que no encuentran en los partidos políticos, el Estado o las religiones tradicionales. En el balance de Singh, frente a sus excentricidades y delitos, figuran obras de caridad, la lucha eficaz contra la droga o el alcoholismo, la organización de bodas dignas para los que no pueden pagarlas o las generalizadas donaciones de órganos entre sus miembros. Su sede en la ciudad de Sirsa funciona como un Estado paralelo con hospitales, colegios y cines. No extraña que sus seguidores ignoren estos días las invitaciones a marcharse.

La veneración que millones de indios de las zonas rurales sienten por sus gurús explican que los políticos se esfuercen menos en combatirlos que en adularlos. El primer ministro, Narendra Modi, aplaudió la briosa limpia de las calles de Singh en 2014. El gurú había pedido ese mismo año el voto a su partido, Bharatija Janata Party, y varios de sus ministros compartieron escenario con él cuando ya estaba siendo procesado por violación. Este domingo, tras la sentencia por violación, Modi se limitó a mostrar su “preocupación” por la violencia.