La participación norcoreana en los inminentes Juegos Olímpicos de invierno subirá más el nivel estético que el deportivo. Importarán menos las cabriolas de la pareja de patinadores, únicos que han conseguido los mínimos, que las gradas. Allí animará el “ejército de bellezas” norcoreano, la dulce ofensiva diplomática de un régimen despótico. Su llegada y la del resto de la delegación a la localidad surcoreana de Pyeongchang es el primer fruto del deshielo en la península.

Cantan, bailan y animan con ese brío y sincronización que igual lustran unos Juegos Olímpicos que un desfile militar. Será la cuarta vez que bajen al sur. Aún se recuerda su debut en los Juegos Asiáticos de Busan (2002). Las 300 animadoras que llegaron en ferry ataviadas con hanboks (el vestido tradicional coreano) y agitando banderas de unificación fueron recibidas por una masa entusiasta que nunca se había sentido tan cercana a los vecinos del norte. Regresaron en los dos años siguientes, ya convertidas en fenómeno de masas y con sus coreografías escrutadas con la atención de entomólogo. Pero poco después perdían los progresistas en Seúl, llegaba la mano dura de los conservadores y nunca más se supo. Pionyang anunció en 2014 su regreso con fanfarria para “fomentar una atmósfera de reconciliación” tras varios de sus desmanes misilísticos pero el viaje fue cancelado en el último minuto porque a Seúl le parecieron excesivas la factura de la estancia y las dimensiones de la bandera norcoreana del desfile. Basta muy poco para arruinar el clima en la península.

La presencia de las animadoras norcoreanas, como el funcionamiento del complejo industrial mixto de Kaesong o de la línea telefónica directa, miden la temperatura del conflicto. El conciliador discurso de Año Nuevo de Kim Jong-un ha relajado al comité olímpico. Temió durante años que Pionyang se los arruinara y recibirá a las mediáticas animadoras. “Ayudará a vender entradas”, ha aventurado el portavoz.

Mucho tiempo libre

Ambas coreas negocian estos días los detalles de su número, traslado, residencia, manutención y seguridad. Estos eventos certifican que Corea del Norte va más sobrada de hermosas mujeres que de deportistas de élite. En la delegación de 528 personas enviada en 2003, más de 300 eran animadoras. Las negociaciones probablemente también tratarán de qué harán en su tiempo libre, que se antoja enorme con sólo dos deportistas a los que apoyar. Es probable que sean acomodadas en un barco para facilitar su control por las fuerzas de seguridad.

Las integrantes son veinteañeras, guapetonas, con al menos 163 centímetros de altura, casi siempre estudiantes de la prestigiosa Universidad Kim Il-sung y con una reputación familiar inmaculada que impida la deserción. Entre los bosquejos biográficos conocidos de Ri Sol Ju, esposa del líder norcoreano, destaca su inclusión en el grupo y su viaje a Seúl en 2003. La fidelidad de las animadoras no se discute. La prensa surcoreana explicó años que obligaron al conductor del autobús que las devolvía al hotel a detenerse para recoger del suelo un póster de su líder. Un desertor ha relatado al diario 'Chosun Ilbo' que a las animadoras se las convence de que la visita a Seúl es “un viaje a territorio enemigo” y se las prohíbe relatar a su vuelta lo que han visto y oído. El objetivo es que no desmonten la falacia del paraíso socialista y el infierno capitalista de drogas, asesinatos y degeneración. Una veintena de animadoras fue enviada a los campos de trabajo en 2006 por romper el pacto de silencio, según ese desertor.