El tramo final de la campaña electoral francesa está lleno de curvas. Cuatro candidatos se disputan el próximo domingo, 23 de abril, el pase a la final para sustituir en el Elíseo al socialista François Hollande. En unos comicios muy abiertos dominados por la incertidumbre, todos echan el resto para intentar convencer a los indecisos. Emmanuel Macron y Marine Le Pen siguen siendo favoritos en los sondeos, pero pierden terreno. Les pisan los talones François Fillon y el izquierdista Jean Luc Mélenchon.

El aspirante conservador, enredado en el escándalo de corrupción de los supuestos empleos ficticios de su mujer e hijos, todavía cree posible darle la vuelta a los pronósticos y reeditar la sorpresa que le llevó a la victoria en las primarias de su partido, Los Republicanos, el pasado noviembre. Sin embargo, su apuesta se radicaliza con cantos de sirena hacia los sectores más recalcitrantes de la derecha tradicional. Fillon ha prometido un hueco en el Gobierno a Sens Commun, brazo político de La Manif pour Tous que invadió las calles francesas para protestar contra el matrimonio homosexual.

El candidato de la Francia Insumisa, por su parte, sacudió la campaña al colarse en el grupo de cabeza con un discurso vibrante que ilusiona a una izquierda ávida de darle una buena sacudida al sistema tras vivir como una traición el giro liberal de Hollande. Fiel a su estilo festivo y teatral, Mélenchon recorrió ayer a bordo de una barcaza desde el norte de París el canal fluvial que desemboca en el Sena. Y a partir de hoy, sus mítines se verán simultáneamente en siete ciudades francesas gracias a la técnica del holograma que le ha hecho famoso entre los más jóvenes. Este exsocialista de 65 años ha capitalizado el descontento del electorado de izquierdas, desbancando al candidato del Partido Socialista, Benoît Hamon, a un humillante quinto puesto que le sitúa fuera de la carrera presidencial.

El exministro, mientras, corre el riesgo de descolgarse a escasos metros de la línea de meta. Con un programa liberal en lo económico y progresista en lo social, Macron quiere atraerse a un electorado con ganas de caras nuevas que huye de los extremos y de la tradicional división ideológica izquierda-derecha.

Sin embargo, el talón de Aquiles de este exbanquero de 39 años es la indefinición y la falta de experiencia política. En su primera cita con las urnas, ha intentado un juego de equilibrista: hacerse con el apoyo de varios pesos pesados del Gobierno y desmarcarse al mismo tiempo de la nefasta herencia de François Hollande.

Su base electoral es frágil pero en un alarde de fuerza celebró ayer en París el mayor mitin de su campaña. «Como el general De Gaulle, elijo lo mejor de la derecha, lo mejor de la izquierda y lo mejor del centro», les dijo a sus simpatizantes, a quienes animó a luchar por la victoria con espíritu «guerrero».

El líder de En Marcha, la plataforma con la que lanzó hace apenas un año su carrera presidencial, se ha proyectado en un duelo con Le Pen al anunciar «el gran combate de la voluntad frente a la renuncia, el optimismo frente a la nostalgia engañosa, la transformación profunda frente al inmovilismo».

La destinataria de este mensaje también eligió París para darse un baño de masas. Dirigiéndose al núcleo duro de sus fieles, Marine Le Pen inició su discurso en la sala Zenith hablando de identidad y de seguridad. Una estrategia con la que recupera el ADN del Frente Nacional para movilizar a sus militantes en el tramo final de una campaña que en las últimas semanas ha tropezado con la polémica.

Su negativa a reconocer la responsabilidad de Francia en la deportación de judíos en 1942 la convirtió en diana de todas las críticas. Desde entonces, elige para sus actos políticos terrenos favorables. No es el caso de la capital, donde ayer su mitin se vio precedido por altercados protagonizados por grupos antisfascistas.