Un apretón de manos con abiertas sonrisas de casi medio minuto es una declaración de intenciones que desborda el formalismo protocolario. Confianza donde hubo recelos, alabanzas por amenazas de destrucción. Moon Jae-in y Kim Jong-in certificaron que un nuevo viento de paz recorre esa península donde un pueblo de hermanos sigue dividido por la alambrada. Los periodistas surcoreanos del centro de prensa rompieron en aplausos y lágrimas en una escena tan arrebatadoramente emocionante que casi olvidaron que el orondo es responsable de violaciones de derechos humanos de dimensiones nazis. No debió de olvidarlo Moon, un viejo y admirable activista democrático con el suficiente pragmatismo para entender que la diplomacia consiste en solventar problemas sentándose con gente a la que nunca invitarías a tu cumpleaños.

“Nueva historia”, “nueva era”, “punto de inicio”… Ambos se esforzaron en enterrar las enquistadas fricciones que meses atrás empujaban la región al abismo termonuclear. A Kim Jong-un se le vio muy suelto si atendemos que el treintañero acudía a su segunda cita internacional en seis años de reinado vocacionalmente aislado. El mundo discute si sólo pretende ganar tiempo en un contexto económico complicado o se ha propuesto meter a su país en la ortodoxia global. Su puesta en escena subraya su campaña de presentarse como un líder comme il faut que defiende la paz y está a punto de desembarazarse de su arsenal nuclear. Volvió a preocuparse por el sueño de Moon y prometerle que sus misiles no le sacarán de la cama con el alba. Ese chiste gastado fue lo más sólido que salió después de la reunión matutina.

Kim Jong-un, con su traje Mao oscuro de los grandes días, había acudido a la orilla septentrional de la Casa de la Amistad, en la localidad de Panmunjon, escoltado por una decena de guardaespaldas. Al otro lado del bordillo que sirve de frontera aguardaba Moon con su traje de ejecutivo. Kim, tras las fotografías pactadas en el sur y aún agarrados de manos, le preguntó si quería viajar a su país. Ambos traspasaron el bordillo en sentido contrario y posaron de nuevo. El día será recordado no sólo porque un presidente norcoreano pisó el sur por primera vez en la historia sino porque un presidente surcoreano volvió al norte una década después. Fue Roh Moo-hyun, padrino político de Moon y coartífice de la política de amanecer que llevó un raro periodo de calma a la península entre 1998 y 2008.

Los dos presidentes se acercaron a la Casa de la Paz de Panmunjom escoltados por la Guardia de honor. “Una nueva historia empieza ahora, un punto de inicio en la era de la paz”, escribió Kim en el libro de visitas. La reunión matutina concluyó sin resultados relevantes y con la revelación de las invitaciones cruzadas de visitar Pyongyang y Seúl. Después abonaron un pino plantado en 1953, cuando acabó la guerra en un armisticio, y pasearon por un puente. Tras el receso para el almuerzo, ambos discutieron los espinosos asuntos de la desnuclearización de la península y el tratado de paz.

Sobre la mesa están los espinosos asuntos del tratado de paz y la desnuclearización. La península se rige aún por el armisticio (apenas un alto el fuego) de 1953 y desde entonces se han encadenado las amenazas bélicas, los ataques e incluso los intentos norcoreanos de liquidar al presidente sureño. El tratado de paz cerraría un capítulo que empezó a escribirse en la Guerra Fría pero el entusiasmo desde que Moon lo mencionara se ha aguado a medida de que emergían los inconvenientes formales. Asegura la doctrina que debería ser secundado por los que firmaron aquel armisticio (China y Estados Unidos, además de Corea del Norte) y no Seúl. Un avance menos ambicioso y más realista es un acuerdo de cese de hostilidades con límites más estrictos a acciones militares que evitaría el aroma de fracaso. El tratado sin la firma de todos los que lucharon en la guerra generaría dudas sobre su valor jurídico, confirma por email Tong Zhao, experto en seguridad del Centro Carnegie-Tsinghua. “Incluso un compromiso político general de no violencia sería bienvenido si tenemos en cuenta las recientes tensiones, pero la gente se preocupará de qué eficacia tiene si las tensiones nucleares regresan en el futuro”, añade.

Las dudas sobre la desnuclearización son de fondo. Pyongyang ha colocado su arsenal atómico en la mesa de negociaciones cumpliendo las exigencias de Seúl y Washington pero divergen las interpretaciones. La segunda la ofrece por fases mientras los primeros la pretenden completa, verificable e irreversible. La sinceridad de Pyongyang divide a los expertos más afamados que hoy han compartido charla en Seúl. Para Kim Tae-hwan, profesor de la Academia Nacional de Diplomacia de Corea, Kim Jong-un ejecuta el definitivo paso “de un país nuclear a un país normal”. En la línea escéptica está Andrei Lankov, profesor de la Universidad de Kookmin: “No creo que su desnuclearización sea posible porque va en contra de sus intereses a largo plazo”, ha afirmado. Los líderes norcoreanos saben que sólo el as nuclear ha impedido en las dos últimas décadas que siguieran los destinos trágicos de dictadores como Muammar el Gaddafi o Saddam Hussein y los recientes bombardeos a Siria les habrán refrescado la memoria. Un compromiso inicial de reducir las reservas nucleares sería una salida airosa.

Influye también la desconfianza mutua. Pyongyang recela de la solidez de las promesas de un presidente tan levantisco como Trump y Occidente obtuvo la última certeza de las trapacerías de Corea del Norte cuando esta semana anunciaba con fanfarria el cierre de su silo nuclear: los expertos sostienen que estaba ya inservible y al borde del colapso después de seis ensayos.