Quince años para llegar hasta aquí. Hay que remontarse a 1991 para ver aparecer las primeras inquietudes internacionales a propósito del programa nuclear norcoreano. Quince años de esfuerzos diplomáticos, de vanas tentativas de conciliación, de amenazas, y de impotencia que han desembocado en el ensayo nuclear realizado ayer.

Durante estos 15 años de larga marcha hacia el arma nuclear, Corea del Norte ha vivido una catástrofe alimentaria que ha causado cientos de miles, quizás millones, de muertos, y ha sufrido un descenso a los infiernos económicos que ha dejado un país agonizante. El régimen comunista orquestó una sucesión dinástica que permitió a Kim Jong-il suceder a su padre, Kim il-Sung, que conserva el título de jefe del Estado a los 12 años de su muerte.

TENDENCIA MAFIOSA La naturaleza del régimen, de un comunismo estalinista de tendencia mafiosa, capaz de sacrificar a una parte de su pueblo para conseguir sus objetivos, practicando el chantaje como método diplomático, es el escenario inquietante de este camino nuclear.

Para disponer de la tecnología nuclear, Corea del Norte se ha beneficiado de numerosas complicidades internacionales. Para empezar, de la de Abdul Qader Jan, el padre de la bomba atómica paquistaní, que ha reconocido haber entregado sus secretos nucleares a Corea del Norte, Libia e Irán. A cambio de esa tecnología, Pyongyang ha ayudado a Pakistán a desarrollar sus misiles, la especialidad norcoreana. Ese trueque causó una gran polémica por tratarse Pakistán de un aliado de EEUU.

CRISIS EN 1994 La crisis alrededor del programa nuclear norcoreano marcó a la Administración estadounidense de Bill Clinton, que estuvo a punto de llevar a cabo una guerra preventiva contra Corea del Norte en 1994. Poco antes, Corea del Norte había descargado del reactor de Yongbyon 8.000 barras de combustible irradiado que contenían suficiente plutonio para fabricar cinco o seis bombas atómicas.

Aquello fue todo un casus belli para Washington y fue necesaria la intervención del expresidente Jimmy Carter para desactivar la crisis con el siguiente acuerdo: a cambio de congelar el programa de enriquecimiento, EEUU prometía ayuda económica a Corea del Norte.

Se lanzó el programa KEDO, en virtud del cual la comunidad internacional financiaba en Corea del Norte la construcción de un reactor nuclear con fines eléctricos. El deshielo diplomático que siguió permitió el viaje al país de la secretaria de Estado Madeleine Albright.

En ese momento, las dos Coreas anunciaron la política del amanecer, un diálogo que duró poco. En octubre del 2002, James Kelly, subsecretario de Estado, se desplazó a Pyongyang con las pruebas de que Corea del Norte había retomado en secreto el programa nuclear. Los norcoreanos le reconocieron que era cierto.

Se inició un maratón diplomático frustrante con el que se pretendía que el régimen de Kim Jong-il volviera al redil. Un marco de diálogo se creó incluso con China, el mayor aliado de Corea del Norte, Rusia, Japón, Corea del Sur y EEUU. No sirvió de nada. En el 2003, Corea del Norte abandonó el Tratado de No Proliferación Nuclear e inició una escalada de amenazas que culminó con el ensayo de ayer.

SIN INFLUENCIA El problema es que nadie tiene influencia real sobre Kim Jong-il. Ni siquiera China, disgustada por esta escalada de tensión que favorece la militarización de Japón. Ahora que con el arma nuclear dispone del instrumento supremo para el chantaje, el régimen de Pyongyang puede aumentar sus demandas. Que importa si, para asegurar su supervivencia, este régimen marginado de la comunidad internacional desestabiliza Asia y saca el genio nuclear de su botella.

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