Serdar, un joven gay de 20 años, estaba besándose con otro hombre en la calle cuando un niño les hizo una foto. Por suerte, dice el chico, no estaba en Turquía sino en España: le dijo al niño que si no borraba la imagen llamaría a la policía.

«La acabó borrando y yo me sentía seguro, porque sabía que la policía, en caso de haber venido, me habría protegido. Si eso hubiese pasado en Turquía la cosa habría sido muy distinta. Aquí, los agentes me habrían pegado o, peor, acabado violándome», explica Serdar. Este joven cuenta que, cuando un miembro de la comunidad LGBTI turca es agredido, no llama a la policía sino a sus compañeros. «El Gobierno debería protegernos, porque también somos ciudadanos. Pero no lo hacen. Nos persiguen», lamenta.

Los problemas de los miembros de esta comunidad en Turquía no se limitan al roce con el Gobierno del presidente Recep Tayyip Erdogan, que les margina, sino que van mucho más allá. «Tengo muchos amigos y amigas que para poder trabajar en muchas empresas tienen que esconder su condición sexual. Hay algunos que pueden, otros no», cuenta Serdar, que explica, lleno de indignación, lo que les pasa a los transgénero turcos: «Éstos no pueden esconder físicamente su condición y casi nadie los quiere contratar. Viven absolutamente marginados, sin ningún tipo de medio para subsistir, para poder comer. Así que muchos acaban prostituyéndose».

Multas a los transexuales

Y es justo aquí donde empieza el verdadero periplo. La policía, dice Serdar, cuando ve un transexual por la calle, lo multa directamente. Sin preguntar. «Siempre. Como creen que todas y todos los transexuales se prostituyen -y prostituirse en la calle en Turquía está prohibido- les ponen multas. Es su política: que un transexual salga a la calle, muestre su cara, va en contra de su moral pública».

Muchos, sin embargo, siguen adelante. De todos los grupos opositores turcos, la comunidad LGBTI es de las más organizadas y cuenta con una red de ayuda y asociaciones en casi todas las grandes ciudades del país, sobre todo en la zona del Mediterráneo, la Turquía tradicionalmente más liberal.

A caballo perdedor

La batalla, es cierto, es constante y diaria. Pero casi imposible de ganar. «Mientras Erdogan va separando cada vez más a Turquía de Estados Unidos y de la Unión Europea, nosotros vamos cogiendo más miedo. Sin la presión que ejerce la Unión Europea, el Gobierno será mucho más duro con nosotros. Más incluso de lo que lo es hasta ahora. Nosotros seguiremos luchando siempre. No nos retiraremos, pero no es nada fácil», dice Serdar, que afirma, además, que tiene decidido marcharse.

«Por supuesto que quiero. Muchos ya lo han hecho. Es normal: aquí no puedo ir de la mano con un hombre por la calle, no puedo mirar la película que yo quiera si ésta tiene contenido homosexual. En Turquía no puedo ser yo mismo. Me di cuenta de todo esto cuando viajé a España. Quiero vivir en un sitio donde esté cómodo, donde pueda sentirme yo mismo. Esto, en Turquía, es imposible».