Adem señala con el dedo un píxel en una foto enmarcada que lleva bajo el hombro y asegura que esa marca indescifrable es él, que él estaba bajo esta bandera esa noche, que se encaró con varios soldados metidos en un tanque cuya misión era cortar el puente de Estambul y que claro que tuvo miedo, como todos, pero que por su país haría lo que hiciese falta. Ayer, dos años después, Adem, de 60 años, volvió al lugar donde, dice, estaba justo hace dos años: la noche del intento de golpe de Estado en Turquía.

«Me enteré de todo lo que estaba pasando por la televisión, y cuando nuestro presidente nos pidió que tomásemos las calles, aquí vine. Millones salimos a la calle y paramos el golpe», explica. En la noche del 15 de julio de 2016, algunos miles de soldados turcos intentaron tomar el control del país por la fuerza: cerraron aeropuertos, bloquearon carreteras y los puentes que cruzan el Bósforo, en Estambul. Ocuparon televisiones y lanzaron proyectiles contra el Parlamento, en Ankara. Enviaron un escuadrón de la muerte para matar a Recep Tayyip Erdogan, que estaba de vacaciones. El presidente turco se escapó a tiempo y llamó a una de las cadenas sin militares con el móvil para pedir ayuda a sus seguidores, que salieron a parar el golpe y ocupar las calles.

Esa noche 251 civiles murieron a manos de los militares sublevados; y algunos miles resultaron heridos. «Nuestra poderosa nación, que ignoró las armas y las dirigió hacia los traidores, ganó con coraje esa noche del 15 de julio», dijo ayer Erdogan en los actos de celebración de la intentona fallida. Sus seguidores están de acuerdo: «Gracias a Dios ahora ya no hay peligro de que vuelva a pasar. Nuestro país se ha vuelto en una nación fuerte y segura», dice Ibrahim, que también acudió ayer a escuchar a Erdogan hablar en el puente sobre el Bósforo.

Esa noche, cuando el golpe ya parecía a punto de fallar, el Gobierno turco encontró rápido a quien culpar: la cofradía del clérigo Fethullah Gülen, que durante años, con el beneplácito de Erdogan, infiltró dentro de la administración a sus seguidores. Miles de militares, policías, jueces, administrativos, profesores y un etcétera infinito dependían más de Gülen que del Estado.