La ultraderecha alemana ha cambiado las sonrisas por lágrimas. A finales de diciembre, días después de que se produjese el atentado terrorista de Berlín, Alternativa para Alemania (AfD) capitalizaba el miedo y las encuestas le daban hasta un 15,5% en intención de voto. Su mejor pronóstico histórico era también una señal de que los populistas eran una amenaza seria que pisaba los talones a los socialdemócratas (SPD) y se afianzaban como única alternativa al gobierno de Gran Coalición que lidera la cancillera Angela Merkel. Pero tres meses más tarde todo parece haber cambiado.

La aparición en escena del expresidente del Parlamento Europeo Martin Schulz, nuevo líder socialdemócrata, ha hecho tambalearse el tablero político alemán y AfD no ha sido inmune a su impacto. En sus cuatro años de vida, los populistas han demostrado saber explotar el rechazo a las élites políticas y a la inmigración convirtiéndose en un movimiento transversal que roba votos a todos los partidos. Como se demostró en las elecciones del año pasado, una de sus principales víctimas fueron los socialdemócratas. Su falta de credibilidad tras tres años de gobierno junto a la Unión Demócrata Cristiana de Merkel lanzaron a parte del electorado más vulnerable a los brazos de la ultraderecha. Pero la elección de Schulz como candidato a la cancillería, y con él la de un discurso más social que gusta a las clases obreras, parece neutralizar parte de ese trasvase de votos del que AfD se nutría.

CRISIS Y POLÉMICAS / Al llamado efecto Schulz hay que añadir la mala gestión interna de AfD, que se ha visto envuelta en polémicas constantes por los rifirrafes entre las distintas facciones del partido que compiten por tener una mayor influencia y las críticas abiertas a su copresidenta Frauke Petry. También han debilitado su imagen las sonadas salidas de tono de miembros de peso como Björn Höcke, quien aseguró que el monumento al Holocausto de Berlín era una «vergüenza». A pesar de que la formación aprobó su expulsión, el líder de AfD en el estado de Turíngia aún sigue ejerciendo sus funciones.

Todo ello sacó a flote la batalla interna, que la semana pasada culminó con la renuncia de Petry a liderarlo. Poco antes, la líder había asegurado: «Ni la política ni AfD son mi única alternativa». En ello sus rivales olieron una amenaza para imponer su voluntad. A pesar de que durante el congreso de Colonia se mostró dispuesta a rectificar, las bases dieron la espalda a sus propuestas, entre las que figuraba debatir la expulsión de Höcke.

LIDERAZGO ULTRA / Ayer el partido escogió como candidatos a la cancillería, con el 67,7% de los votos, al ultra Alexander Gauland y a la liberal Alice Weidel, una fórmula de dupla que ya siguen otros partidos en Alemania sin opciones reales a ganar como Los Verde o La Izquieda. Aunque la pareja pide el fin de las disputas, su ascenso supone un golpe para el brazo pragmático del partido.

Esas turbulencias internas coincidieron con la pública decepción de ver como Geert Wilders, líder de la ultraderecha islamófoba neerlandesa y una de las caras que sonreían junto a Petry en el encuentro que les reunió junto a Marine Le Pen el pasado enero en Coblenza, avanzaba menos de lo esperado en las elecciones generales de los Países Bajos. A ese revés se le añadió el primer test electoral de AfD en Alemania. Los comicios en el Sarre escenificaron la pérdida de fuelle de los populistas. A pesar de que consiguieron entrar en su undécimo parlamento regional, en dos meses pasaron de tener una intención de voto de hasta el 11% a obtener un limitado 6,2% mientras que la CDU de Merkel, foco de sus críticas, reforzaba su posición al mando.