El proceso de paz colombiano abrió la puerta de una peligrosa deriva después del arresto de Seuxis Paucis Hernandez-Solarte, más conocido como Jesús Santrich, uno de los comandantes de las ex-FARC que negociaron en La Habana con el Gobierno la finalización del conflicto armado. Santrich fue arrestado por orden de la Interpol y a petición de la justicia de EEUU. Se le acusa de colocar cocaína en ese país.

La DEA, agencia antinarcóticos de EEUU, dijo que Santrich tenía acceso a laboratorios para el suministro de droga y a aviones registrados en EEUU. La Fiscalía colombiana dio a conocer grabaciones, videos y fotografías de las reuniones de Jesús Santrich en Bogotá que presuntamente lo comprometen con el envío de un cargamento de droga a los cárteles mexicanos.

La Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común (Farc), la agrupación heredera de la exguerrilla, exigió al presidente colombiano, Juan Manuel Santos, «cumplir con la palabra empeñada» en Cuba. Rodrigo Londoño, quien abandonó para siempre su nombre de guerra, Timochenko, con el que había ascendido a la jefatura de la guerrilla, se reunió con el presidente de urgencia. Santos se comprometió a ofrecer a Santrich, sobre quien pesa la amenaza de ser enviado a EEUU, el respeto a un debido proceso.

«Todos los excombatientes que se mantengan en la legalidad y cumplan con lo pactado no tienen nada que temer. Las reglas acordadas se harán respetar», aseguró también el presidente a Londoño. A su lado estaba Iván Márquez, otro de los exjefes de la insurgencia, cuyo sobrino, Marlon Marín, aparece involucrado en el mismo escándalo. Márquez ve esta ofensiva judicial como un intento de «decapitar la dirección política del partido».

Desde una celda de la fiscalía, Santrich envió un «mensaje de optimismo y fe» a los desconcertados integrantes de la Farc. «Tengo fortaleza moral y espiritual, y he dicho a todos que he emprendido mi última batalla, que es la de la dignidad», les dice.