Después de una victoria que ha tranquilizado a Europa pero que ha puesto de relieve una profunda fractura en Francia, Emmanuel Macron empezó a dar ayer sus primeros pasos como presidente electo. Lo hizo al lado de su antecesor, François Hollande, con quien participó en los actos de conmemoración de la victoria francesa en la segunda guerra mundial en los Campos Elíseos. Pero alejadas de ese acto solemne, en la Plaza de la República y en La Bastilla, más de un millar de personas convocadas por sindicatos y organizaciones anticapitalistas dejaron claro al nuevo presidente que su misión no será fácil, que empieza la «campaña de la calle» contra la política económica que pretende aplicar.

Bajo el Arco del Triunfo, Macron y Hollande escenificaron su reencuentro. Fue con una sonrisa y un apretón de manos entre el presidente saliente y el que fuera su ministro de Economía, quien decidió volar solo y presentarse al Elíseo al margen del Partido Socialista y construyó su éxito en base a la impopularidad de Hollande. «Sabe que si necesita una información, un consejo, una experiencia se dirigirá a mí libremente, siempre estaré a su lado», dijo Hollande, quien multiplicó los gestos de complicidad.

El traspaso de poderes será el próximo domingo. Ese día, el presidente más impopular de la V República abandonará el palacio del Elíseo para que se instale el más joven de los jefes de Estado que ha tenido nunca Francia. Macron tiene 39 años y ha protagonizado un ascenso meteórico de espaldas a los partidos políticos que se han alternado el poder desde 1958, al frente del movimiento En Marcha, cuyo liderazgo ha abandonado también. En Marcha cambia de nombre por La República en Marcha para afrontar la crucial batalla de las legislativas en junio que asegure a Macron la mayoría parlamentaria.

Con la formación de su Gobierno pretende lanzar el primer mensaje de la era de renovación que empieza en un país que ha prometido reconciliar tras la división manifestada en las urnas, en las que se impuso con rotundidad a Marine Le Pen pero en las que el Frente Nacional obtuvo el mejor resultado de su historia: cerca de 11 millones de votos. Del Ejecutivo ha dicho que integrará a personas procedentes de la izquierda y de la derecha gaullista y que al menos la mitad no procederá de la política.

El primer ministro será nombrado el próximo lunes. Macron, que quiere ser un «presidente que presida» con un «primer ministro que gobierne», ya sabe quién es el elegido o elegida y la única pista que se apunta fiable es que tendrá un perfil político, alguien con experiencia parlamentaria. Y de la heterogénea galaxia macroniana suenan varios nombres: François Bayrou, el líder centrista de MoDem a quien debe corresponder por su alianza; el alcalde socialista de Lyón y el primero que le apoyó, Gerard Collomb, y Richard Ferrand, secretario general de En Marcha. Pero también suenan la exministra de Nicolas Sarkozy y Jacques Chirac Anne-Marie Idrac (centrista) y más a la derecha, procedente de Los Republicanos, Xavier Bertrand.

El Gobierno se constituirá el martes y un día después se reunirá el primer consejo de ministros. En el punto número uno de la agenda está la reforma laboral, que Macron ya ha dicho que profundizará y lo hará por decreto, lo que va a poner en pie de guerra a los sindicatos. Ayer en París, el flamante presidente ya tuvo el primer aviso, con el llamamiento a constituir un «frente social» de resistencia a sus políticas.

Más de un millar de personas desfilaron entre la plaza de la República y la Bastilla, en lo que amenaza con ser el embrión de un movimiento contestatario creciente. Entre los manifestantes había varios representantes de los sindicatos CNT y CGT. La marcha acabó en incidentes y cargas policiales.

Con el 66,1% de los votos recibidos frente al 33,9% de Le Pen, Macron ha reconocido no tener un cheque en blanco de los franceses, ya que uno de cada tres rechazaron elegir entre Macron y Le Pen. O bien se abstuvieron (25,44%) o votaron en blanco o nulo (más de cuatro millones). El dirigente sabe también que ha recibido mucho voto prestado para frenar a Le Pen.

La tarea que tiene por delante es «inmensa» como él mismo subrayó el domingo: reflotar una economía que ha elevado la tasa de paro a un desconocido 10%, afrontar la omnipresente amenaza terrorista y profundizar en la construcción europea. La victoria de un europeísta como Macron ante una Le Pen que abogaba por la salida del euro y del espacio Schengen fue recibida con gran alivio en Bruselas y otras capitales, que ven como el populismo come cada vez más terreno.

Un triunfo del Frente Nacional hubiera sido una pesadilla para Europa y quizá hubiera acabado en el frexit, algo que la UE no hubiera podido soportar. Macron, en cambio, llega al Elíseo envuelto en la bandera europea.

Le Pen fue derrotada pero ha conseguido anclar a la extrema derecha en el paisaje político francés y confirmar que el suyo es un partido con vocación de gobernar. Con un dique de contención de la ultraderecha más debilitado y con la derecha tradicional y los socialistas divididos por sus contradicciones, el Frente Nacional se consolida ahora como una primera fuerza opositora.

Macron ha dicho entender a los votantes, su «cólera, desarraigo e incluso convicción». Y ha prometido trabajar para que dentro de cinco años «no tengan ninguna razón para votar a los extremos». Su misión está en marcha.