Muchos bogotanos recuerdan aún que el alcalde de Bogotá se vistió un día de superhéroe. Era el año de 1997 y Antanas Mockus cumplía su primer mandato al frente de la capital colombiana con una apuesta decidida en favor del civismo. Primero en una rueda de prensa, y luego en varios actos oficiales, el alcalde se enfundó un traje rojo con una gran "S" estampada en el pecho y una capa amarilla. Supercívico estaba listo para salir a las calles a dar ejemplo de buen ciudadano.

Casi una década más tarde, Mockus aspira a la presidencia de Colombia por el partido Alianza Social Indígena. Los últimos sondeos le atribuyen una intención de voto del 1%, una noticia casi tan mala como que el candidato a la reelección y gran favorito de los comicios de hoy, Álvaro Uribe, le haya hurtado a ojos del país la condición de superhéroe. Con altísimos índices de popularidad, Uribe es para la mayoría de colombianos una especie de titán político venido a redimir al país de la depresión. En el extranjero, sin embargo, es poco menos que un villano.

Cuando el mandatario colombiano visitó el Parlamento Europeo, en febrero del 2004, numerosos diputados abandonaron la sala o le dieron la espalda o lo recibieron con bufandas que reclamaban "justicia y paz para Colombia". Además, las ONGs que marcan la agenda internacional lo crucifican sin misericordia. Hay un abismo entre el Uribe doméstico y el del extranjero, pero es posible que al presidente apenas le importe.

"A él no le importa perder el favor internacional si tiene contentos a los colombianos. Ha entendido que uno gobierna para el barrio. Va por el mundo sin intención de hacer política internacional, y cuando se presenta ante el Parlamento Europeo no habla para los diputados europeos, habla para sus paisanos", afirma Omar Rincón, director del Centro de Competencia en Comunicación para América Latina, sito en Bogotá.

La pauta del rechazo que inspira en Europa la marcan en buena medida los contundentes informes de organizaciones como Amnistía Internacional y Human Rights Watch, que llevan años denunciando al Gobierno colombiano por incumplimiento de los derechos humanos. Sin embargo, si en algo coinciden uribistas y antiuribistas es en el escepticismo ante los informes de la ONGs. "Pintan una visión maniquea de Colombia, de buenos y malos --dice el politólogo Alfredo Rangel--, y no tienen en cuenta que la realidad del país es compleja". Para Rangel, director de la Fundación Seguridad y Democracia, "los colombianos ven el rechazo europeo como una injusticia de la gestión de las ONGs, que allá marcan cuál es la opinión pública".

Astucias metodológicas

¿Qué ha hecho Uribe para plantarse ante la posibilidad de la reelección con el 70% de popularidad y casi el 60% de la intención de voto? El presidente ha cometido errores graves que en otras circunstancias le habrían costado oro. El más delicado, acusar un día al precandidato liberal, Rafael Pardo, de urdir un complot político con la ayuda de las FARC. Al otro día se desdijo. Uribe se ha negado a participar en debates con los demás candidatos y ha dado plantón a varios medios de comunicación durante la campaña. Pero su popularidad permanece inalterable.

Alejandro Santos, director de la revista Semana --la publicación más crítica con el Gobierno--, deja claro que "no se trata de que en Colombia todos se hayan vuelto locos y vivan engañados por un alquimista". Como piensan en Europa, le falta agregar. "Hay resultados, básicamente la percepción de que vivimos en un país más seguro y unas cifras espectaculares de crecimiento 5,2% el año pasado. La gente se siente más segura y optimista".

El proyecto ha dado frutos. La actividad guerrillera ha disminuido, el índice de homicidios y secuestros ha bajado --"hoy hay menos de 1.000 secuestrados en Colombia, cuando hace cuatro años había más de 3.000", dice Rangel--, la tasa de paro ha pasado del 18% al 11%. Las cifras son del Gobierno. "El problema es que el Ejecutivo ha cambiado la definición de las cosas --señala el analista Alfredo Molano--. Son "astucias metodológicas", agrega, que se aplican en aquellos campos en los que interesa quedar bien.

Y, por supuesto, quedar bien es una estrategia cortoplacista. "No nos damos cuenta del daño que está infligiendo a la democracia y a la nación de futuro", dice Rincón. Puede que ese país futuro le arrebate la condición de superhéroe.