"Los últimos 10 años han sido un irresistible psicodrama político. De ser el primer ministro más popular de nuestra historia, Tony Blair ha pasado a ser uno de los más impopulares". Michael Cockerell, el periodista que resumía así la década que ahora acaba en el Reino Unido, es alguien con un acceso excepcional a Downing Street, la residencia oficial del primer ministro. Cockerell es el autor de un aclamado documental de la BBC, Blair: The inside story (Blair: la historia desde dentro), sobre el legado de quien el próximo 27 de junio dejará la jefatura de la nación.

La impopularidad a la que alude comenzó con la guerra de Irak y desemboca en un balance agridulce, a pesar del éxito conseguido esta semana en Irlanda del Norte. "Si solo hubiera que elegir una de las cosas que ha hecho en los últimos 10 años, esa sería el acuerdo de Viernes Santo", afirmaba su exministro de Exteriores, Jack Straw.

Otros logros de Blair son innegables, como la excepcional bonanza económica de la que han disfrutado los británicos, con un crecimiento económico sostenido, la baja inflación, un desempleo prácticamente inexistente y la instauración del salario mínimo. Hoy, el sector financiero en Londres vive un auténtico auge, mientras son miles y miles los que han comprado una segunda residencia en el extranjero.

Los laboristas han invertido, además, en la sanidad pública, la enseñanza y los servicios sociales, que se hallaban en estado ruinoso tras casi dos décadas de thatcherismo. Y sin embargo, a pesar de la lista de éxitos, la despedida de Blair tiene un aire de decepción, que dista mucho de su triunfal llegada en 1997, cuando el país recobró la esperanza y la ilusión.

Viaje al centro

El joven primer ministro, de 44 años, un extraordinario comunicador, tenía don de gentes, carisma, un programa y una misión. Con todo, eso arrastró hacia el centro a una parte considerable de la derecha. Además, poseía la confianza de los ciudadanos. "Ha sido una tragedia, porque si hubiera sido un tonto o un inepto como John Major (el anterior primer ministro conservador) hubiera dado igual, pero Blair es un hombre con unas dotes excepcionales", señalaba el director del diario Evening Standard, Max Hastings. En su primer mes de gobierno, Blair pronunció un discurso muy tranquilizador en el que proclamaba que la suya sería la primera generación que viviría "sin tener que ir a la guerra ni tener que mandar a nuestros hijos a la guerra". Sin embargo, en los seis primeros años en Downing Street, había movilizado en cinco ocasiones a las tropas. Ninguno de sus predecesores, desde Churchill, había alcanzado un récord similar: operación Zorro del desierto en Irak en 1998, Kosovo en 1999, Sierra Leona en el 2000, Afganistán en el 2001 y después Irak en el año 2003.

Blair "ha pedido demasiado a los militares", declaraba recientemente el general ya retirado Mike Jackson, antiguo jefe del Estado Mayor. El político al que apodaban Bambi por su aspecto risueño e inofensivo, resultó ser un intervencionista liberal, algo mesiánico, un verdadero creyente y el más belicista de los primeros ministros que ha tenido en su seno el Reino Unido.

Los éxitos de las campañas de Kosovo y Sierra Leona le convencieron de que tenía la razón moral para intervenir por la fuerza en el resto del mundo. Así llegó el momento de derrocar a Sadam.

Blair engañó al Parlamento para justificar el envío de soldados a Irak, una invasión, seguida de una posguerra desastrosa, que terminó con su prestigio. "Los laboristas han sufrido una catastrófica pérdida de confianza, de la que les va costar recuperarse", afirmaba la analista de The Guardian, Polly Toynbee.

Directrices de EEUU

Blair ambicionaba dar al Reino Unido un nuevo papel global en la era posimperial. Sin embargo, los británicos han perdido influencia en regiones como Oriente Próximo, al seguir a ciegas las directrices que le marcaba EEUU.

"El profundo fracaso de la política exterior de Blair ha sido su inhabilidad para influir en la Administración de Bush. Ha aprendido de forma muy dura que la lealtad en política internacional cuenta muy poco", señalaba Victor Bulmer-Thomas, antiguo director de Chatham House, el reputado observatorio de la defensa y seguridad.

Una de las peores consecuencias del legado de Irak ha sido el despertar del terrorismo islamista en suelo británico. Blair nunca ha aceptado la conexión entre su política exterior y los atentados del 7-J en Londres, pero para muchos es evidente. El endurecimiento de las leyes antiterroristas, que han sido rechazadas y corregidas una y otra vez por los jueces, y el recorte de las libertades cívicas, también pertenecen al lado más oscuro de su herencia.

La venta de títulos

La última gota en el vaso de la impopularidad ha sido la corrupción. Blair, que prometió transparencia, pasará a la historia como el primer jefe de Gobierno que ha sido interrogado en dos ocasiones por la policía. El escándalo de la concesión de títulos nobiliarios a cambio de donativos al Partido Laborista está en manos de la Fiscalía de la Corona. "Es un primer ministro y un líder extraordinariamente controvertido, pero globalmente una fuerza positiva", afirmaba Straw.

Con o sin controversia, el Reino Unido es hoy un país que ha cambiado para siempre. La autonomía de Escocia y Gales ha alterado el equilibrio de fuerzas internas y el concepto de justicia social, unido al de prosperidad económica, forman parte del ideario político. "Gran Bretaña es ahora un país con mayor confianza, mejor y más fuerte que hace 10 años", afirmaba Mattew Taylor, antiguo consejero de Blair, quien añadía: "En última instancia es por todo eso, por lo que será juzgado".