En la superficie, la relación personal y el diálogo entre Donald Trump y Angela Merkel han avanzado y mejorado, y esos progresos quedaron de manifiesto ayer en varios gestos en la reunión que el presidente de Estados Unidos y la cancillera alemana mantuvieron en la Casa Blanca. En el fondo, no obstante, hay diferencias políticas que siguen estancadas, y Merkel se marchó de su breve paso por Washington sin arrancar del mandatario estadounidense ningún avance específico en dos temas problemáticos inmediatos: la posibilidad de que Trump abra una guerra comercial con la Unión Europea y la de que haga saltar por los aires el acuerdo multilateral con Irán que frenó el programa nuclear militar de Teherán.

El próximo martes se cumple la fecha límite que se puso Trump para decidir si extender la moratoria a los aranceles en las importaciones de aluminio y acero de la Unión Europea y la amenaza de una guerra comercial sigue pendiendo como una espada de Damocles. «Hemos intercambiado puntos de vista y valoraciones pero es su decisión», reconoció Merkel en rueda de prensa.

Respecto a Irán, el plazo que ha dado Trump para decidir el futuro del pacto se agota el 12 de mayo. Y nada en sus palabras ayer o en las de Merkel permiten identificar progresos. La cancillera alemana reconoció que «está muy lejos de ser un acuerdo perfecto» y admitió que Alemania «también piensa que no es suficiente», pero lo definía también como «un primer paso, una pieza del mosaico», un bloque sobre el que seguir edificando los intentos de contener la influencia de Irán en la región, una meta compartida con Washington. Y aunque Merkel prometía seguir manteniendo «conversaciones muy estrechas sobre esto» con Trump, desde Bruselas llegaban malos augurios. Allí, en una reunión de la OTAN, el flamante secretario de Estado de EEUU, Mike Pompeo, avisaba de que «si no hay un arreglo sustancial, si no se superan los fallos del pacto, es improbable que el presidente se mantenga en el acuerdo».

Nadie había puesto grandes esperanzas en que Merkel fuera a lograr mover de sus posiciones a Trump y el propio gobierno alemán recomendaba antes de la reunión «no subir muy alto el listón de las expectativas». Pero al menos el encuentro sirvió para limar la imagen de aspereza que sobrevolaba la relación entre los líderes de la primera potencial mundial y la primera europea (que pasaron cinco meses sin hablar entre noviembre y marzo). Esta vez, a diferencia de en el anterior viaje de Merkel a la Casa Blanca, en marzo del año pasado, hubo varios apretones de manos ante las cámaras, besos en las mejillas y un lenguaje verbal y corporal más amable. Y aunque la fugaz y austera visita con un almuerzo de trabajo y una rueda de prensa ha estado muy lejos del despliegue de agasajos que Trump hizo esta misma semana con el presidente francés, Emmanuel Macron, envía un mensaje de acercamiento.

UNA RECEPCIÓN "CÁLIDA"

Trump, por ejemplo, definió a Merkel como «mujer extraordinaria» y aseguró que mantienen «una relación realmente excelente desde el principio, aunque mucha gente no lo ha entendido». La cancillera, por su parte, dio las gracias a Trump por su «cálida recepción» y tuvo también alabanzas, especialmente por la «fuerza» que mostrada con Corea del Norte, donde atribuyó al mandatario estadounidense «abrir nuevos caminos».

Las buenas palabras, las sonrisas y la diplomacia no esconden, en cualquier caso, serias diferencias. Trump, por ejemplo, señaló al gasto en Defensa, que en el caso alemán no llega al 2% del PIB (está en el 1,3%) y a las aportaciones a la OTAN, que considera insuficientes. Asimismo, volvió a denunciar el superávit alemán en las relaciones comerciales bilaterales. No culpó de ello, eso sí, a los alemanes sino a sus predecesores en el cargo «por haber permitido que esto pasara».