Los venezolanos iniciaron el 2018 con un aumento del 40% del salario mínimo y con la certeza de que la inflación ya ha devorado de entrada ese beneficio. Antes de cerrar el año, el presidente Nicolás Maduro decidió el incremento que, si se tiene en cuenta la cotización del dólar en el mercado negro, que regula las transacciones cotidianas, llevó la paga mensual, junto con el bono alimentario, a los ocho dólares (6,65 euros).

«Gracias al pueblo por todo el apoyo que me dieron en las peores circunstancias. Los convoco a la esperanza, los convoco a la vida», dijo el presidente al anunciar el aumento. Venezuela cerró el 2017 con una inflación del 1.639%. Las consultoras económicas, por lo general ligadas a la oposición, proyectan para el año que acaba de comenzar un aumento de los precios mucho mayor. La presidenta de Consecomercio, María Carolina Uzcátegui, consideró irrelevante la medida adoptada por Maduro: «A diferencia del resto de los países del mundo, sabemos que un aumento de sueldo implica más inflación, más problemas, más desabastecimiento, más complicaciones para ejercer nuestras funciones regularmente».

Gabriela Ramírez, que ocupó el puesto de Defensora del Pueblo entre el 2007 y el 2014, sostuvo que volver a aumentar el salario en las actuales circunstancias es como apagar un incendio con gasolina. «Subir el sueldo sin revalorizar la moneda con decisiones que fomenten la confianza arrasa los escombros de nuestra economía destrozada», aseguró.

La hiperinflación desquicia a la sociedad, especialmente a los sectores de menos recursos. En el 2009, con un billete de 100 bolívares se adquirían 103 huevos. Cuatro años más tarde, solo alcanzaba para comprar 83. En el 2014 se compraban 27. Pasaron 12 meses y ya solo eran 12. En el 2016, el mismo billete equivalía a un solo huevo. El año que termina hizo trizas el papel de 100. No es suficiente para cambiarlo por la unidad mínima.