La flamante presidenta reelecta de Brasil, Dilma Rousseff, tuvo razones para sonreír el pasado domingo tras imponerse por la mínima (51,62%) en las elecciones más ajustadas de la democracia brasileña. Pero tras la euforia de la victoria los primeros efectos de la resaca electoral no tardaron ni 24 horas en aparecer. La Bolsa de Sâo Paulo registró una caída del 4,05%, una de las mayores pérdidas del año, y la petrolera semiestatal Petrobras se hundió el 12%. Desde el primer día, los mercados financieros han querido dejar claro a la presidenta de la séptima economía mundial que no puede dormirse en los laureles de la victoria.

A la líder del Partido de los Trabajadores (PT) le urge designar, o por lo menos insinuar, quién será el nuevo ministro de Hacienda y el próximo presidente del Banco Central. Dos cargos que, sin duda, serán decisivos para el éxito o fracaso del segundo mandato de Rousseff.

Con una inflación del 6,62%, que supera ampliamente el límite fijado por el Banco Central para el 2014, el panorama no invita a los juegos de adivinanzas. El nombre de Aloizio Mercadante, actual ministro de la Casa Civil y hombre de confianza de la presidenta, ya suena en los círculos políticos de Brasilia como el próximo titular de Hacienda. Sin embargo, su elección supondría profundizar en la política intervencionista practicada por su gobierno en los primeros cuatro años, una circunstancia que desagrada al sector privado y que podría estar detrás del desplome de ayer de las acciones de empresas públicas.

APRENDER A CONVIVIR

Mas allá de los más que evidentes problemas económicos, uno de los principales asuntos que tendrá que resolver Rousseff será gestionar su complicada alianza de 28 partidos en el Congreso Nacional brasileño. El propio Lula ya avisó la noche del domingo al decir que el nuevo mandato de la presidenta será «un aprendizaje de convivencia» para una Rousseff que no es precisamente conocida por ser fácil en las negociaciones. Es más, el entendimiento con el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), su principal socio de gobierno a través del vicepresidente Michel Temer, resultará decisivo, ya que será el segundo grupo con mayor número de diputados en el Congreso Nacional con 66 diputados federales frente a los 70 del PT.

ANSIAS DE CAMBIO

Como se apresuró a declarar tras su victoria, este nuevo mandato será «un tiempo para los cambios». Si algo quedó claro en la urnas el pasado domingo es que los brasileños, sean ricos o pobres, votantes de Rousseff o de Neves, quieren cambios a mejor. Tras las promesas de la campaña, la presidenta tendrá que controlar la inflación, aumentar el crecimiento, recuperar las inversiones, ampliar los recursos en educación y salud, combatir la corrupción y la inseguridad ciudadana y, por si fuera poco, impulsar una poco menos que imposible reforma política en el Congreso Nacional. Todo ello bajo la supervisión inquisitorial de los 51 millones de brasileños que no la votaron y para convencer los 54 que confían en ella pero continúan, en gran medida, ansiando el retorno de Lula en el 2018.