La batalla ha sido dura y ha dejado víctimas. El resultado del referéndum pone fin a treinta cinco años de combate para eliminar la enmienda que prohibía el aborto en Irlanda. Una normativa misógina y cruel, que ha traumatizado a miles de mujeres. A alguna de ellas ha llegado a costarle la vida.

La muerte de Savita Halappanavar en el 2012, a causa de una septicemia, cuando los médicos le negaron la interrupción del embarazo, provocó un escándalo internacional. La dentista irlandesa de origen indio tenía 31 años y había acudido con su esposo al hospital universitario de Galway quejándose de fuertes dolores en el vientre. Embarazada de 17 semanas, los médicos le anunciaron que estaba perdiendo al bebé, pero se negaron a intervenirla porque el corazón del feto seguía latiendo. Cuando adujo que ella ni siquiera era católica, la respuesta de los galenos fue: “pero este es un país católico”. Después de dos días de agonía, el corazón dejó de latir y fue extraído del útero. Para entonces era demasiado tarde.

El sábado Andanappa Yalagi, el padre de Savita, agradeció a los irlandeses haber votado la liberación del aborto. “Es un día muy, muy feliz”, declaró desde su hogar en Karnataka, al suroeste de la India. “Se nos ha hecho justicia por Savita. Lo que le ocurrió a ella no debe volverle a pasar a ninguna otra familia. No tengo palabras para expresar mi gratitud a los irlandeses por este histórico momento”. Un 8% de los que votaron el jueves afirman haberlo hecho influidos por aquel luctuoso suceso, que reabrió el debate sobre la interrupción voluntaria del embarazo.

ABORTO EN LIVERPOOL

Siobhán Donohue también sufrió las consecuencias de la enmienda octava. Cuando a esta médico de familia, embarazada de su tercer hijo, la enfermera le dijo que no podía ver la parte superior de la cabeza del feto en la ecografía, el mundo se le vino abajo. El bebé que esperaba sufría una anencefalia. Le faltaba parte del cerebro y del cráneo. Siobhán ha relatado estos días al diario 'The Guardian', de cómo además de encajar el terrible golpe se vio sin saber que contestar a amigos y familiares cuando le preguntaban cómo iba todo. Al final viajó en secreto con su marido a Liverpool para abortar. Tres semanas más tarde le llegaron por correo las cenizas del que hubiera sido su hijo. “Mi bebé murió en el extranjero. Irlanda necesita legalizar el aborto” fue el mensaje que lanzó a los votantes, alguien que según reconoce, nunca antes “me había involucrado en política o en campaña alguna”.

El suyo es sólo un ejemplo entre miles. El drama aborto, satanizado desde el púlpito y en las escuelas por la iglesia católica, es una realidad que Irlanda ha vivido con hipocresía y miedo. Más de tres cuartas partes de los que votaron “sí” el jueves dicen haberlo hecho influidos por las historias personales que han oído en los medios de comunicación o entre la gente que conocen.