Un desfile militar norcoreano sin misiles de largo alcance ni discursos prometiendo inminentes mares de fuego es como un domingo sin sol. Pionyang celebró ayer el 70º aniversario de la fundación del país con el litúrgico escaparate de sus tropas pero moderó la función para adecuarla al proceso de presunta desnuclearización. Abundaron las flores, los globos de colores y las alusiones a la economía en un tono que tranquiliza a Seúl y Washington.

Kim Jong-un, versión moderna y asiática del César, supervisó el acto desde la tribuna sobre la mastodóntica y soviética plaza de Kim Il-sung. Le flanquearon Li Zhangsu, jefe del Parlamento chino, y Valentina Matvienko, portavoz del Parlamento ruso. No acudieron los jefes de Estado pero el alto perfil de los enviados certifica que Pionyang ha roto el aislamiento de los tiempos más crudos.

Más de 50.000 espectadores se apretaron en la plaza para disfrutar de una de sus imágenes de marca. Primero desfiló la soldadesca. Unos 12.000 militares exhibieron de nuevo su perfecto paso de la oca. La televisión descubre la sincronía perfecta de los soldados pero se requiere la presencia cercana para comprender su dimensión. Las miles de intensas patadas al suelo provocan vibraciones y crean una nube de polvo en lo que parece una plaza impoluta. Son necesarios meses de ensayos para esos escasos minutos que abrirán los noticiarios de todo el mundo.

Después llegó la cacharrería. Se han contado menos carros de combate, algunos con eslóganes que animaban a destruir a «los agresores imperialistas estadounidenses» como única concesión a la tradición. Llegaron los misiles y la progresión ascendente ha terminado en los de medio alcance. Pyongyang dejó en el garaje los intercontinentales, con teórica capacidad para alcanzar territorio estadounidense. Fue un chasco para los amantes del armamento y norcoreólogos, que esperan con ansia los desfiles para escudriñar lo más rutilante del escaparate. Cerraron el acto los representantes de la sociedad civil.

Kim Jong-un rompió la tradición con su silencio. Le sustituyó Kim Yong-nam, presidente del Parlamento, quien subrayó los esfuerzos económicos para elevar la calidad de vida del pueblo y olvidó el desarrollo nuclear. Un editorial de Rodong Sinmun, el principal diario de propaganda, había pedido que todos los coreanos «unieran fuerzas para conseguir la unificación en esta generación» porque de esta dependía la supervivencia de la península.

Se daba por descontado que Corea del Norte planeaba un desfile en tono menor para no agravar las turbulencias del proceso de desnuclearización. Los acuerdos firmados en Singapur dos meses atrás son interpretados de forma opuesta: Washington exige evidencias de desarme para levantar las sanciones y Pionyang lamenta la falta de recompensas tras amontonar gestos de buena voluntad.

Confianza en Trump

El secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, reveló al Congreso el incumplimiento norcoreano de los compromisos y en su último viaje a Pyongyang ni siquiera fue recibido por Kim. La prensa oficial lo despidió acusándole de formas «gansteriles». Pero incluso en ese contexto han mantenido Kim y Trump la buena sintonía que germinó en Singapur. El líder norcoreano comunicó a los representantes de Seúl la semana pasada que conserva su «confianza inquebrantable por el presidente Trump» y este le agradeció en Twitter las palabras. «Lo conseguiremos juntos», prometió.