El presidente francés Emmanuel Macron situó desde el inciiod e su mandato la reforma del mercado laboral como un prioridad para transformar el país y se comprometió a aprobarla mediante decreto en el primer tramo de su mandato. Y ahora está a punto de ganarle el pulso a los sindicatos, que no han logrado la unidad necesaria para hacer peligrar la reforma laboral del Ejecutivo. La jornada de movilización de ayer, la cuarta desde el inicio del curso político, ha demostrado que la contestación se desinfla.

A pesar de que por primera vez se ha unido a la convocatoria Fuerza Obrera (FO), contraria a la reforma pero reticente respecto a la estrategia del sindicato más beligerante, la CGT, la cifra de manifestantes no ha aumentado.

En París se quedó en 8.000, según la policía (40.000 según los organizadores), la mitad que el pasado 21 de septiembre y lejos de los 24.000 que desfilaron el 12 de septiembre. Había programadas unas 170 manifestaciones en toda Francia y paros en el transporte, que no han tenido apenas incidencia.

Pese a todo, el secretario general de la CGT, Philippe Martínez, no piensa tirar la toalla. «Esta jornada de movilización sindical contra la política liberal de Macron no es el último cartucho», aseguró en la cabecera del cortejo parisino, que partió de la plaza de la República y finalizó en la de Nación en medio de gases lacrimógenos tras los incidentes protagonizados por unos cincuenta encapuchados.

Con consignas en contra de los decretos «liberales» del Gobierno, la «ruptura» del modelo social francés y el «presidente de los ricos», a la movilización se sumaron algunos sindicatos estudiantiles contrarios a la reforma del sistema de acceso a la universidad recientemente presentada por el Gobierno. El jefe de filas de Francia Insumisa, Jean Luc Mélenchon, participó en la manifestación de Marsella sin ahorrar críticas a una estrategia sindical que, a su juicio, ha impedido crear un frente común.