La semana con todos los gastos pagados en un super hotel de cinco estrellas en la costa este de Túnez le tocó a Peter Lagarde en la tómbola de Navidad de su empresa, la cadena hotelera española Iberoestar. El miércoles pasado, este holandés residente en Mallorca, con sus dos hijos Delia y Joey, de 12 y 10 años respectivamente, tomaron rumbo a las paradisiacas playas de Port El Kantoui. El viernes por la mañana la familia se acercó a visitar la bonita medina de Susa. Regresaron al hotel sobre las doce y media. A esa hora, a menos de cinco minutos a pie por la orilla de la playa, el estudiante de aviación civil Saifedine Rezgui ya había descargado su odio e ira contra 38 personas a las que ametralló sin piedad en el hotel Riu Imperial Marhaba. Los dos hermanos llegaron acalorados al hotel y se fueron rápido a la piscina. En la recepción, protegido del calor por el aire acondicionado, el padre ojeaba la prensa desde su tableta. "Otro atentado de estos locos", pensó. "En nuestro hotel la tranquilidad era absoluta. Hasta mucho más tarde no fui consciente de lo cerca de nosotros que había ocurrido todo".

Lo primero que hizo fue subir a Faceboock una imagen de los tres junto a la piscina con un mensaje: "Estamos bien. Estar tranquilos. Gracias". Desde el momento en que trascendió el atentado, Peter no dejó de recibir llamadas de familiares, amigos y de su propia empresa. "Me preguntaron si queríamos cambiar de destino. Pero hablé con mis hijos y como ellos estaban tranquilos, decidimos entre los tres quedarnos". Desde Mallorca, la madre de los pequeños, también holandesa y que no pudo apuntarse a la escapada por trabajo, es la que vivió las primeras horas con más angustia. "Seguramente le gustaría que regresáramos. Pero no nos ha pedido volver. Por lo tanto, nos quedamos".

A sus 12 años y con cinco idiomas (holandés, catalán, español, inglés y alemán) Dalia explica con gran sensatez lo extraño que le resulta estar viviendo esta situación. El sábado cuando empezaron a ver como muchos huéspedes con los que habían compartido playa y juegos en el área de animación, adelantaban su vuelta a casa notaron muchísimo nerviosismo a su alrededor. "Le pedí a mi padre ir al lugar del atentado. Me parecía interesante verlo de cerca". Joey prefirió quedarse en la habitación y llamar a su madre. Padre e hija recorrieron los cinco minutos de la orilla a pie y llegaron hasta la zona de hamacas blancas en las que el sábado ya empezaban a aparecer las primeras flores y mensajes de rabia y condolencia dejados sobre la arena. Dalia hizo fotos. Y bombardeó con preguntas a su padre. Al llegar a su hotel, leyeron juntos la prensa y vieron la imagen del joven terrorista, caminando sereno y cabizbajo por la arena, con el Kalasnikov colgado del hombro. "Había escuchado cosas de terrorismo. Por la televisión había visto algunas imágenes de muertos. Pero estar aquí, tan cerca. Es diferente".

¿Os está gustado Túnez? Los tres responden que sí a la vez. Se sienten seguros, pero dentro del recinto del hotel. De mmento, el padre prefiere no salir mucho al exterior. Solo lo justo y necesario. Las familias que han decidido quedarse han visto como en las últimas horas los operadores turísticos han clausurado indefinidamente todas las excursiones. Ellos tenían contratado un paseo en camello y una visita a un parque de animales que de momento no podrán hacer.

Lo cierto es que este domingo el aspecto de la playa es realmente desangelado. A lo largo del sábado acabaron marchando muchas de las familias que no pudieron hacerlo el viernes. Los ingleses han sido todos repatriados. Por la mañana apenas había una decena de turistas en los varios kilómetros de la paradisiaca playa de Port El Kantoui. Ni los tatuadores, ni los jóvenes que alquilan tablas de surf y patines se habían acercado a trabajar. Mientras que en la carretera principal, a diferencia de los dos últimos días, si había presencia de militares y policías armados. Pero no más de una decena de hombres armados.

El sábado por la noche, dos centenares de vecinos de Susa salieron a la calle en una manifestación que llegó hasta las puertas del hotel escenario de la masacre. Era una manera de protestar contra el terrorismo y evidenciar el sentir de la mayoría del pueblo tunecino contrario a la violencia yihadista. Mariam Mbacher, una ingeniera agrónoma que estudió varios años en Madrid, acudió con su marido y sus dos hijos. "Los tunecinos debemos plantar cara a esta oleada de radicalización y locura". Los manifestantes encendieron velas por los 38 fallecidos y exhibieron banderas de Túnez como muestra de que esta joven democracia árabe tiene poco que ver con el fanatismo por el que algunos están dispustos a matar.