En diciembre del año pasado una nueva grieta se abrió en la quilla del barco. Un antiguo ejecutivo de Facebook puso de vuelta y media a su antigua compañía, cuestionando el mantra que la describe como una virtuosa plataforma para conectar a la gente.

«Hemos creado unas herramientas que están haciendo trizas el tejido social de cómo nuestra sociedad funciona», dijo el exvicepresidente Chamath Palihapitiya, quien se encargara del crecimiento de la red social. «No hay discurso cívico, ni cooperación. Hay desinformación y falsedades. No solo son los anuncios rusos, es un problema global». Sus palabras se unieron a las de otros ejecutivos desengañados con el curso de la compañía, a la que han acusado de «explotar la psicología humana» o «mentir» sobre la influencia que la recolección masiva de datos le da sobre sus usuarios.

Desde entonces han pasado algunas cosas peores, como la constatación de que una consultora política vinculada a la campaña de Donald Trump se apropió de la información personal de 87 millones de usuarios o que diversos «actores malignos» podrían haber accedido a los datos privados de buena parte de sus 2.000 millones de usuarios. Catorce años después de su gestación en un dormitorio de Harvard, la empresa de Mark Zuckerberg no solo se juega la confianza del público y un modelo de negocio que la ha convertido en el mayor anunciante y distribuidor de contenidos de la historia. Se juega la posible regulación de una industria que ha operado hasta ahora como un vaquero del Salvaje Oeste, libre en gran medida de ataduras regulatorias.

«Si ustedes y otras redes sociales no toman cartas en el asunto, ninguno de nosotros va a seguir teniendo privacidad», le dijo el senador demócrata, Bill Nelson, durante su primera comparecencia ante el Congreso. «Si Facebook y otras compañías no impiden las invasiones de la privacidad, el Congreso tendrá que hacerlo». Zuckerberg compareció ante los legisladores con propósito de enmienda y dispuesto a asumir culpas. Con gesto sereno y dicción articulada, vestido con traje negro y corbata azul, lejos de la imagen de adolescente eterno que acostumbra a proyectar, se ha disculpado por los errores de la compañía y ha prometido subsanarlos. «No tuvimos un concepto lo suficientemente amplio de nuestra responsabilidad, y eso fue un gran error. El error fue mío y lo siento», dijo ante una sesión conjunta de los comités Judicial y Comercial del Senado.

Zuckerberg reconoció que su compañía no ha hecho lo suficiente para impedir la difución de noticias falsas, la interferencia extranjera en distintos comicios o los mensajes de odio. Parte de la conversación giró en torno a Camdridge Analytica, una consultora política vinculada a la campaña de Trump que se hizo con los datos personales de 87 millones de usuarios de Facebook. La red descubrió el agujero en 2015 y pidió a la consultora que borrara los datos, pero no comprobó si lo había hecho. «Dimos el caso por cerrado. Echando la vista hacia atrás, fue un error», lamentó Zuckerberg.

El gurú comunicó que los anunciantes de publicidad política tendrán que identificarse antes de poder colgar sus contenidos en la web para evitar propaganda encubierta como la que lanzó en Kremlin durante las elecciones estadounidenses.