En tan solo cinco días de ataques, las tropas del régimen sirio, apoyadas por la aviación rusa, han acabado con la vida de 229 civiles, una media de 46 al día, según datos que hizo público ayer el Observatorio Sirio por los Derechos Humanos. Entre los fallecidos hay 58 niños.

En el último mes, Damasco ha acelerado sus ataques sobre los dos últimos bastiones controlados por las milicias opositoras. La región más castigada es Guta, donde los rebeldes están completamente rodeados por las fuerzas leales a Asad. Situada a las afueras de Damasco, en Guta sobreviven 400.000 personas atrapadas por un cerco que les condena -además de vivir bajo las bombas de Damasco- al hambre y a la escasez de alimentos. El otro blanco de la ofensivas es Idleb, donde Turquía tiene apostados algunos cientos de soldados como fuerzas de «pacificación».

Los ataques de Asad, que se han intensificado desde el pasado mes de diciembre de 2017, han provocado centenares de muertos que siguen apilándose y ha generado otra crisis de refugiados. Según informó Naciones Unidas a finales de enero, 250.000 personas han huido —en solo 30 días— de Idleb. En esta región, de hecho, antes de la ofensiva de Asad, vivían 1,1 millones de personas, muchas de los cuales habían llegado allí refugiándose de la misma guerra.«Está claro que estos ataques son parte de una estrategia sistemática que consiste en castigar a los civiles», considera Haid Haid, del think tank británico Chatham House.

En noviembre del año pasado, el presidente ruso, Vladímir Putin, declaró, solemne, que la guerra en Siria se había acabado. Dijo entonces que Rusia, el régimen de Asad y el aliado Irán habían ganado la guerra. Cuatro meses después de esas palabras, la guerra, los bombardeos, el hambre provocada y las ofensivas y los disparos continúan. Rusia, como todos los demás contendientes, sigue bien metida dentro del país. Y los civiles siguen muriendo. Este jueves, por ejemplo, murieron 75 civiles en varios bombardeos. La oposición, además, asegura que, muchas veces, los bombardeos tienen como objetivos los hospitales, mermados ya de por sí por la escasez de medicinas.

Ciudad sitiada

Las bombas no son el único problema en Guta. Desde hace años, la región vive sitiada y cercada por los leales de Asad. La comida y las medicinas, allí, entran con cuentagotas. Y las que entran, lo hacen a precios desorbitados. «Más de 4.000 familias en Guta oriental ahora viven en bodegas y búnkers. Los niños están hambrientos, bombardeados y atrapados. Y el sitio significa que no tienen a dónde huir», denuncia Save The Children.

Naciones Unidas, en varias ocasiones, ha pedido que Damasco rompa el cerco y que deje que el flujo de alimentos hacia Guta se restablezca. Pero, de momento, Asad no solo no ha cumplido las demandas de la ONU, sino que intensifica la presión.