El pasado 5 de febrero estaba llamado a ser un día moderadamente feliz. Sin demasiada fanfarria, se cumplió el plazo establecido para que Estados Unidos y Rusia redujeran sus arsenales nucleares en virtud del tratado New START, firmado por ambos países en el 2011. Durante los próximos tres años, renovables a partir deL 2021, ninguno de ellos podrá tener desplegadas más de 1.550 cabezas nucleares estratégicas y 700 vehículos para lanzarlas. Esa cifra es suficiente para destruir el planeta varias veces, pero palidece frente a las más de 30.000 bombas que cada uno llegó a tener listas durante el pico de la guerra fría. Lejos de celebrarse, la noticia pasó de puntillas. El ánimo era más bien sombrío. Solo tres días antes Washington había presentado su nueva política nuclear. El pulso por quién tiene el botón más grande vuelve a estar a la orden del día.

Las dos antiguas superpotencias llevan años enfrascadas en un costoso proceso para modernizar sus arsenales nucleares, proyectos que coinciden con un nuevo auge de las tensiones geopolíticas. No solo entre la Casa Blanca y el Kremlin, sino también con varios actores periféricos como Irán, Corea del Norte y Pakistán, estos dos últimos potencias atómicas. El rejuvenecimiento de los arsenales se está traduciendo en el desarrollo de nuevas cabezas nucleares, misiles balísticos intercontinentales más potentes, bombas tácticas (de corta distancia y menor carga explosiva) capaces de emplearse en el campo de batalla y drones submarinos. La nueva carrera armamentística ya no es una competición por demostrar quién tiene más bombas, como sucedió durante la guerra fría, sino una pugna por la tecnología y las capacidades tácticas para intimidar al rival.

Provocaciones crecientes

Esa inversión masiva está coincidiendo con las crecientes provocaciones de ambos bandos en los cielos de Europa o de Oriente Próximo, y la tendencia por parte de Vladimir Putin y Donald Trump a publicitar sin demasiados tapujos su poder para aniquilar a sus enemigos. “Como ha repetido muchas veces William Perry, el secretario de Defensa de Clinton, yo solía pensar que estábamos caminando dormidos hacia una nueva carrera armamentística. Eso era antes. Con Trump en el poder creo que lo estamos haciendo de forma deliberada”, asegura Alexandra Bell, exdirectora de la Oficina de Control de Armas del Departamento de Estado.

Obsesionado por desplegar una imagen de fuerza en el mundo, la política nuclear de Trump ha roto con los objetivos de su predecesor, centrado en reducir el papel y el número de las armas nucleares, para poner nuevamente el énfasis en su importancia. Por primera vez desde el final de la guerra fría, su Administración ha reintroducido los misiles nucleares de crucero para ser lanzados desde submarinos. Ha ordenado una mayor integración entre las fuerzas nucleares y convencionales como las que operan en Europa bajo el paraguas de la OTAN. Y ha dado instrucciones para desarrollar nuevas armas tácticas de “baja carga” capaces de ser empleadas en el campo de batalla durante un conflicto convencional

Armas tácticas

En este sentido, Rusia le lleva ventaja, aunque EEUU cuenta con 150 de estas armas tácticas desplegadas en Europa. Su descripción no debería llevar a engaño porque el Pentágono habla de una carga de seis kilotones, un tercio de la que convirtió Hiroshima en cenizas. “Nuestros tratados de control de armas con Rusia no cubren las armas de corta distancia, las llamadas armas tácticas, de modo que si las cosas se desmadran se podría abrir la puerta a una guerra con este tipo de armamento”, dice Lisbeth Gronlund, de la Union of Concerned Scientists.

Quizás lo más significativo de la nueva estrategia estadounidense es que rebaja las circunstancias bajo las que el presidente podría ordenar un ataque nuclear. Entre otras cosas, lo contempla como respuesta a un ciberataque contra las infraestructuras esenciales de EEUU.

El Reloj del Juicio Final

Todos estos factores, unidos al riesgo de un error de cálculo en el conflicto con Corea del Norte, las tensiones en el mar de China, el incremento de los arsenales nucleares de India y Pakistán o la falta de medidas para atajar el cambio climático, llevaron hace unas semanas al Boletín de Científicos Atómicos a adelantar su Reloj del Juicio Final. Está a solo dos minutos de la medianoche, la hora que marca la potencial aniquilación de la humanidad, un minutero en el que no había estado desde 1953.

Sus reputados científicos no son los únicos que comparten esa sensación de pesimismo. El exsecretario de Defensa Perry dijo en diciembre que “la posibilidad de una catástrofe nuclear es hoy mayor que durante la guerra fría”.