Desde la tragedia en la costa de Lampedusa, en octubre del 2013, con más de 300 personas ahogadas, los flujos migratorios en el Mediterráneo se han disparado, con el triple de embarcaciones llegadas a las costas italianas y griegas y un reguero de muertos que, en muchas ocasiones, resulta difícil de calcular. Según la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), solo en el 2015 más de 323.000 inmigrantes y refugiados han cruzado el Mediterráneo desde diferentes rutas para lograr alcanzar las costas europeas. Más que en todo el 2014.

El aumento en tan poco tiempo de la inmigración clandestina por el Mediterráneo se debe principalmente al desorden político de Libia, el país que hoy representa uno de los canales prioritarios para la mafia del tráfico de personas que empujan a los simpapeles hacia un futuro incierto. Desde la caída del régimen de Muammar Gadafi en el 2011 y la ausencia por el momento de un sistema estable y fuerte, el negocio de las rutas clandestinas se ha repartido entre nuevas manos de grupos tribales del país magrebí que no están sujetos a ningún tipo de orden político, por lo que las costas libias se ha convertido en el salvavidas de todo inmigrante o refugiado que busca la estabilidad en Europa.

Miles de inmigrantes del África Occiental y el Sahel y otros miles de refugiados procedentes de países como Siria o Irak -huyen de crisis alimentarias y conflictos bélicos- no se lo piensan a la hora de echarse a las rutas clandestinas con miles de euros en el bolsillo.

MUJERES Y NIÑOS EN ABUNDANCIA

«La ruta de Libia es la más peligrosa y cotizada. La inmigración clandestina representa un negocio para países, sistemas y la propia sociedad civil. Se necesita ordenar la inmigración dentro de casa con el fin de evitar el drama humano», explicó a este diario desde Níger Paloma Casaseca, encargada de comunicación de la Organización Internacional de Migraciones (OIM).

Casaseca se mostró consternada al conocer este viernes la nueva tragedia en aguas de Mediterráneo, a los pies de las costas libias. Dos embarcaciones, con unos 450 inmigrantes a bordo, partieron desde la ciudad portuaria de Zouwa, al oeste del país magrebí. Se hundieron al poco tiempo de iniciar la travesía hacia Italia y como resultado del naufragio al menos 105 personas fallecieron, 198 fueron rescatadas con vida por los precarios equipos de rescate libios y otras 100 personas seguían ayer tarde desaparecidas, previsiblemente muertas.

Aquellos que lograron esquivar la muerte fueron trasladados a un centro de acogida en la ciudad septentrional costera de Sabratha, vecina a Zauara y situada a unos 200 kilómetros al oeste de Trípoli. Muchos de los que viajaban eran mujeres y niños, y en su mayoría procedían de países del África Subsahariana, precisó el portavoz de los servicios de aduana e inmigración de Zauara, Anwar Abu Deeb.

ASFIXIA EN LA BODEGA

ACNUR ha denunciado las condiciones en las que viajan los inmigrantes como la principal causa de las muertes de los inmigrantes y refugiados. «Los pasajeros nos relatan que algunos inmigrantes, los que menos pagan, son metidos en bodegas, donde mueren por asfixia e inhalar gases producidos por el motor», dijo la portavoz del organismo, Melissa Fleming.

Ni las imágenes de personas en los naufragios ni las advertencias de los organismos internacionales sirven de disuasión para evitar que cada semana olas de inmigrantes sigan pensando en la oportunidad de alcanzar un empleo en Libia o Argelia para luego emprender la travesía, muy probable, del infierno.

La de este viernes fue la segunda tragedia humana que padece el Mediterráneo en las últimas 48 horas, después de que el miércoles un barco sueco se topara con otra embarcación que había salido de Libia y navegaba a la deriva con 51 personas muertas en su interior. Según cifras de organismos internacionales, cerca de 5.000 personas han sido salvadas de las aguas mediterráneas en los últimos siete días.