Los tentáculos de la mafia de Amsterdam son largos, implacables y mortíferos. Desde el año 2000 se han producido al menos 25 asesinatos en la ciudad y muchas de las víctimas eran muy conocidas. Criminales de alto rango, empresarios inmobiliarios, expolicías, abogados, boxeadores o dueños de bares: todos cayeron bajo ráfagas de metralleta o pistola automática, casi siempre a plena luz del día delante de su casa o en su coche, pero alguna vez entre compradores en un centro comercial o entre turistas en la céntrica plaza Dam.

La última muerte sospechosa, aunque menos violenta, se produjo el pasado 9 de octubre. Bram Zeegers, un exabogado con numerosos contactos en el submundo criminal de la capital holandesa, murió en su casa. En su sangre había altas dosis de MDMA, la droga de las pastillas de éxtasis. Una mujer que estaba con él fue detenida, aunque la policía descartó el asesinato. Zeegers, de 58 años, había testificado una semana antes en el juicio del siglo de Holanda. En el banquillo se sentaba Willem Holleeder, apodado La Nariz, uno de los delincuentes más conocidos y temidos del país.

Secuestro célebre

Holleeder se hizo famoso con el secuestro, en 1983, de Freddy Heineken, el dueño del imperio cervecero. Junto a su cuñado, Cor van Hout, pidió y recibió 16 millones de euros como rescate, pero ambos fueron detenidos tres años más tarde en Francia. Después de pasar cinco años en la cárcel, ambos se hicieron un lugar en la mafia de Amsterdam, conmocionada todavía por la muerte, en 1991, delante del Hotel Hilton, de Klaas Bruinsma, el único y último padrino de la mafia autóctona holandesa. Su asesinato desató una guerra por el poder en el mundo de la prostitución y las drogas.

Fue a partir del 2000 cuando la batalla sangrienta se recrudeció. Asesinos a sueldo contratados en la antigua Yugoslavia recorrían calles y barrios burgueses para cumplir con encargos de las bandas rivales. Cor van Hout fue, en el 2003, una de las víctimas, después de haberse peleado con su antiguo socio Holleeder.

Sospechoso de encargar parte de estos asesinatos, de coacciones y de tráfico de drogas, entre otros, la policía nunca había logrado juntar suficientes pruebas para llevar a Holleeder, de 49 años, a juicio. Incluso ahora, delante del tribunal, no se le juzga por ninguno de los sonados homicidios que han tenido lugar a lo largo de los últimos años, sino por el chantaje al que supuestamente sometió a cuatro magnates del sector inmobiliario.

El más famoso era Willem Endstra, que recibió el apodo de banquero del hampa, ya que blanqueaba el dinero sucio con la compra de edificios. Holleeder fue uno de sus clientes pero, tal como ya han declarado varios testigos, este coaccionaba a Endstra y le obligaba a pagarle cada vez más millones para que su vida no corriera peligro.

Testimonio en televisión

Endstra, muerto de miedo y casi sin salida, decidió hablar, en secreto, con la policía. También dio una entrevista en televisión, aunque sin levantar la oscura tela sobre la mafia holandesa. Dos días después, en mayo del 2004, murió acribillado a balazos en la puerta de su casa, en el barrio más lujoso de Amsterdam. Ya se había convertido en un personaje demasiado peligroso para los intereses de los mafiosos.

El dueño de un conocido bar, Thomas van der Bijl, antiguo ayudante de Holleeder, explicó dos años más tarde a la policía cómo Endstra había sido coaccionado por La Nariz. También sabía mucho de los asesinatos. Con las declaraciones de Van der Bijl, las autoridades judiciales creían tener a Holleeder en sus manos, y el hombre iba a entrar en el programa de testigos protegidos --recibiendo otra identidad-- cuando fue asesinado en su bar en abril del 2006.

Protección especial

Y así cayeron uno tras otro, sobre todo magnates del sector inmobiliario con negocios oscuros y criminales temidos, todos relacionados entre ellos. Menos Willem Holleeder. Bram Zeegers, el amigo de Endstra que murió hace dos semanas, era el único que hasta ahora se había atrevido a declarar contra Holleeder en el juicio, mirándole a los ojos, tan temidos por muchos. "Sé que mi vida corre peligro, pero ya no me importa", había dicho días antes. Ahora, todos los testigos restantes en el juicio, que durará hasta finales de mes, reciben protección especial. Y tienen más miedo que nunca.