Francia elige hoy a su octavo presidente de la Quinta República en un clima de fin de época, abriendo la puerta a un nuevo experimento político que tiene en vilo a un mundo cambiante. Emmanuel Macron y Marine Le Pen, dos candidatos ideológicamente en las antípodas y ajenos a los partidos políticos que se han alternado en el poder desde 1958, se disputan el Elíseo en un duelo cuya sombra se proyecta mucho más allá de las fronteras del Hexágono. Macron, el gran favorito, abandera una nueva revolución liberal, «ni de izquierdas ni de derechas». Le Pen confía en devolver a la extrema derecha al poder con las reglas que le brinda la democracia pero de espaldas a los valores sobre los que se asienta y exporta la República: libertad, igualdad, fraternidad.

Macron -de 39 años y al frente del movimiento ¡En Marcha! (EM), con apenas un año de vida- y Le Pen -48 años y heredera del viejo Frente Nacional (FN) que fundó su padre- tienen propuestas antagónicas para el cambio que a gritos reclaman los franceses tras el quinquenio frustrado de François Hollande, que tantas ilusiones había levantado. Él defiende una Francia abierta al mundo y a la inmigración. Ella, proteccionismo comercial y cierre de fronteras. Dos posturas irreconciliables, reflejo de una profunda fractura del país, y que chocan como trenes cuando el asunto a tratar es Europa. Firme europeísta Macron, partidaria de abandonar el euro Le Pen.

Con unos principios tan antagónicos y tras las victorias de Donald Trump en EEUU y del brexit en Gran Bretaña, Francia es hoy el nuevo escenario del combate al nacionalismo. Y el pirateo masivo a sus sistemas informáticos denunciado por la campaña de ¡En Marcha! el viernes, demuestra que esta es una batalla global, con una mano negra que lo mismo actúa en Washington -con el hackeo de la campaña de Hillary Cinton- que en París.

DESCONTENTO GLOBAL / Si Macron y Le Pen se disputan la segunda vuelta de las elecciones se debe también a esa ola de descontento general, de rebelión contra las clases dirigentes que recorre el mundo occidental y que los franceses manifestaron en la prima vuelta electoral del pasado día 23 dando una patada a los partidos que se han alternado hasta ahora: socialistas y gaullistas. Pero si hoy se confirma el respaldo que le dan al candidato de ¡En Marcha! los sondeos -61,5% de los votos-, los electores franceses dirán que el populismo no es el camino,

A sus 39 años, el candidato de ¡En Marcha! es protagonista de una aventura política extraordinaria. Apenas conocido hace tres años -antes de ser nombrado ministro de Economía por Hollande-, ha llegado a las puertas del Elíseo en cabeza de un movimiento que apenas tiene un año de vida, ¡En Marcha!, con el que ha sacudido la vieja política francesa dinamitando la tradicional división entre la izquierda y la derecha. Ha logrado venderse como algo nuevo y encarnar la alternancia cuando en realidad sale del Partido Socialista y fue el brazo ejecutor de las impopulares políticas de Hollande al frente de la cartera de Economía. Y desde antes, como asesor presidencial en el Elíseo.

Una gesta inaudita de alguien que además ha tenido todos los astros a su favor: que socialistas y republicanos designaran a los candidatos que encarnaban las posiciones más extremas en su propio partido -el izquierdista Benoit Hamon en el caso socialista y el muy conservador François Fillon en el caso republicano- le permitió reocupar el abandonado espacio de centro. Luego vino el escándalo de desvío de fondos públicos de Fillon y, para coronar su escalada, el apoyo del expresidente estadounidense Barack Obama.

Macron abandera una transformación liberal en Francia frente al proteccionismo, el nacionalismo y la eurofobia. Es un liberal en el sentido anglosajón del término: liberal en lo económico y en lo social. La prensa francesa lo ha bautizado también de socioliberal, por conjugar políticas económicas liberales con medidas sociales: reduce el tamaño de la Administración pero no el gasto público, quiere introducir mayor flexibilidad laboral pero universalizar la cobertura de desempleo, propone reducir el impuesto de sociedades pero también el de la vivienda. Si gobierna, integrará a personas procedentes de la izquierda y de la derecha y a talentos ajenos a la política.

Frente al «candidato de las finanzas» como le llama Le Pen recordando su paso por la Banca Rotschild, ella se presenta en las urnas como la «candidata del pueblo» con medidas económicas más a la izquierda y prometiendo «soberanía nacional» para proteger a los franceses de la globalización. Soberanía que pasa por abandonar el euro y quizá Europa: el frexit. Por cerrar fronteras y no solo a las importaciones, también a la inmigración.

Le Pen ha construido buena parte de su éxito sobre la «preferencia nacional» y sobre la promesa de una lucha implacable contra el terrorismo que tan duramente ha golpeado a este país en los dos últimos años, con casi 240 muertos. Ha moderado las formas, distanciándose de su cultura histórica antisemita y negacionista. Pero el fondo es el mismo: xenófobo y excluyente.

Sus ideas han conquistado buena parte del espíritu de los franceses y ha roto el frente de rechazo que se levantó en el 2002 cuando su padre llegó a la segunda vuelta. Ni toda la izquierda votará a Macron porque lo ve demasiado a la derecha ni tendrá el apoyo de la derecha que lo ve demasiado a la izquierda. Aun así, su triunfo se da por descontado. Está por ver la fortaleza del dique de contención al populismo que erigen los franceses para proteger sus valores entregándose a una nueva aventura política, la de EM, que lo mismo significa ¡En Marcha! que Emmanuel Macron.