La operación comenzó poco después de las seis de la mañana de ayer en la Puerta de la Villette y se desarrolló tranquilamente. En esta zona del noreste parisino situada junto al canal Saint Denis se multiplican desde hace meses tiendas de campaña en las que malviven hacinados y en lamentables condiciones higiénicas miles de inmigrantes llegados de Sudán, Eritrea o Afganistán.

Un dispositivo formado por 550 policías y bomberos desmanteló ese campamento, el mayor de los tres que existen en París y donde se calcula que había unos 1.700 refugiados. Algunos se han ido antes de que la policía empezara a repartir una nota en inglés informándoles de que serían trasladados a centros de acogida temporal para estudiar su situación administrativa.

El resto, algo más de mil, han ido subiendo con calma en los 40 autobuses dispuestos en fila de camino a uno de los 24 centros de acogida -en su mayoría gimnasios- habilitados en la región parisina, según ha informado el prefecto de policía de París, Michel Delpuech. La situación de los inmigrantes lleva tres meses envenenando las relaciones entre el Gobierno y el Ayuntamiento de París. La alcaldesa Anne Hidalgo y el ministro del Interior, Gérard Collomb, se han enzarzado en un duro cruce de acusaciones reenviándose la responsabilidad de la gestión de estos campamentos, para desesperación de las asociaciones humanitarias.

Desde que en octubre del 2016 se desmanteló la llamada jungla de Calais, la ciudad portuaria en la que muchos refugiados recalaban para intentar pasar de manera clandestina al Reino Unido, el flujo de migrantes se concentra en la capital francesa. Por eso, las oenegés insisten en que si se quiere evitar una nueva evacuación -la de ayer es la número 34 desde junio del 2015- tienen que habilitarse sistemas de preacogida adecuados en todo el territorio nacional. Muchos de los inmigrantes desalojados tienen el estatuto de refugiados pero no un alojamiento digno donde vivir.

Otros son solicitantes de asilo y un tercer caso es el de quienes todavía no han iniciado los trámites para su regularización.

A ellos se añaden quienes están atrapados en el reglamento de Dublín, que obliga a solicitar asilo en el país donde fueron tomadas sus huellas dactilares. Su destino es permanecer en la clandestinidad y, tarde o temprano, la expulsión si se tiene en cuenta la nueva legislación francesa que endurece notablemente las condiciones para obtener el estatuto de refugiado y rechaza sistemáticamente a los inmigrantes que han llegado a Europa por razones económicas. Muy criticada incluso entre intelectuales afines al presidente francés, Emmanuel Macron ha defendido su política migratoria con el mantra de que descansa en dos pilares: humanidad y firmeza.