China y Estados Unidos cabalgan sin bridas hacia la colisión frontal. Pekín anunció ayer otra salva de aranceles siguiendo la dinámica de acción-reacción a la que empujó el mes pasado Donald Trump. La respuesta aclara que este conflicto no se resolverá por la rendición china.

Pekín impondrá tasas adicionales del 25% a 106 productos estadounidenses. En la lista figuran importaciones sensibles para la primera economía mundial. El importe total rondará los 50.000 millones de dólares. No son cifras casuales. Estados Unidos había desvelado anoche los 1.300 artículos chinos afectados con tasas adicionales también del 25% y que sumarán los mismos 50.000 millones.

Ambas economías saben qué callo pisar. Washington apunta a la estrategia Made in China 2025, con la que Pekín persigue alcanzar la cúspide de su desarrollo industrial ese año y jubilar su patrón económico basado en las manufacturas baratas. Aviones, neumáticos, motocicletas, reactores nucleares, incubadoras de aves de corral, televisores y reproductores de música son algunos de los productos chinos afectados. Pekín, por su parte, ha apuntado al potente sector agroalimentario, único en el que EEUU registra un superávit y donde se concentran los defensores de Trump. China gravará la soja, el whisky, la carne de vacuno, el maíz, el trigo y el tabaco, entre otros.

Los últimos acontecimientos dinamitan las esperanzas de una pronta pacificación. Trump había iniciado las hostilidades el mes pasado al aprobar aranceles al acero y aluminio y anunciar otro paquete de tasas especialmente dirigidas a productos chinos por valor de 50.000 millones de dólares después de que un informe denunciara el presunto robo de tecnología y propiedad intelectual por parte del gigante asiático. Pekín había respondido con una tímida salva de aranceles para contrarrestar aquellos dirigidos a su acero y aluminio, reservado su munición más pesada y aconsejado el diálogo para solventar el conflicto.