Las mujeres saudís, a partir de ahora, podrán conducir, pero no mucho más. Arabia Saudí, el único país en el mundo que hasta ahora prohibía a las mujeres sentarse frente al volante, tiene un sistema de tutela en el que ellas no pueden hacer casi nada sin el consentimiento de hombres de su familia.

Una mujer, por ejemplo, no puede hacerse una intervención médica sin el permiso de un hombre, no puede salir del país sin el permiso de un hombre, no puede casarse -y cambiar, por lo tanto, de tutor- sin el permiso de un hombre, y no puede dejar de tener un tutor si no es con el permiso, otra vez, de un hombre. Puede trabajar, eso sí, pero la empresa que la contrate pedirá el permiso de su tutor.

Además, a las mujeres no se les permite caminar solas por la calle, ni mezclarse con hombres que no sean de su propia familia. En caso de hacerlo pueden acabar en la cárcel. Y tampoco, por supuesto, pueden vestir como quieran: sean musulmanas o no, las mujeres deben vestir la abaya, que les cubre todo el cuerpo, y taparse el pelo con el hijab. El código de vestimenta del Reino de Arabia Saudí requiere que las mujeres se cubran de la cabeza a los pies. Enseñar el cuerpo, según ellos, es algo impúdico.

Religión estatal

Todos estos códigos de conducta responden a una doctrina, el wahabismo. Esta forma de entender el islam, nacida en el siglo XVIII en Arabia Saudí, considera que existe un islam correcto, y este es el que dictó el profeta Mahoma cuando vivió, en el siglo VII, en las ciudades de La Meca y Medina. Según el wahabismo, que se alió con la dinastía de los Saúd para formar la monarquía que es ahora Arabia Saudí -de su apellido viene el nombre-, un buen musulmán debe vivir como vivieron Mahoma y sus seguidores hace 1.300 años.

«Esta doctrina desea restaurar un califato fantasioso centrado en el desierto, y acaba traduciéndose en un odio obsesivo al arte, el cuerpo y la libertad. Arabia Saudí es un Daesh que lo ha conseguido y que, además, dispone de un complejo religioso-industrial para expandir su forma de entender su religión», escribió, en ‘The New York Times’, el ensayista argelino Kamel Daoud, que hace referencia al enorme número de escuelas coránicas y mezquitas wahabís repartidas tanto por los países de mayoría musulmana como por Europa.

Como los saudís consideran que su forma de entender el islam es la más pura y correcta, se gastan cantidades de dinero y esfuerzos enormes en expandirla lo más lejos posible. Con lo cual ganan poder de influencia en el exterior.

Blasfemias y herejes

Pero hay más: en Arabia Saudí está prohibido mostrar tu religión en público si esta no es el islam suní. El Gobierno considera que toda muestra religiosa que no sea la correcta -la suya- solo busca incitar a la conversión.

Y esto afecta, además de los seguidores de otras confesiones, a los musulmanes chiís saudís, que son entre un 10% y un 15% de los ciudadanos del país. A ellos solo se les permite practicar su religión encerrados en sus casas, a poder ser con las ventanas cerradas y sin alzar la voz. Muchos de los que lo han intentado, que han querido defender su forma de entender el islam, han sido encarcelados o condenados a muerte. Con ellos, aunque también sean musulmanes, una ciudadana saudí suní, la otra rama del islam, de la que forma parte el wahabismo, tiene prohibido casarse.

Pero también hay restricciones para los turistas. Beber alcohol, comer cerdo o ver pornografía, entre otras cuestiones, están penados con cárcel o latigazos. Ser homosexual o adúltero, además, no solo no está permitido, sino que, según su código penal, si cometes estos «crímenes», te mereces la pena de muerte. Aunque hay matices: si no estás casado y cometes adulterio no te mereces la muerte, pero sí 100 latigazos.