Ha sido la victoria demoledora que se esperaba. Vladímir Putin, al frente de Rusia desde el arranque del presente siglo, seguirá en el poder hasta el 2024, tras alcanzar el 75% de los votos (con el 50% escrutado) en las elecciones presidenciales celebradas ayer. Un triunfo incontestable, acompañado además de una participación elevada a pesar del llamamiento al boicot del líder opositor liberal Alexei Navalni.

«Rusia está condenada al éxito. Debemos mantener la unidad», dijo Putin, de 65 años, al proclamar su victoria y agradecer el apoyo recibido ante varios miles de personas congregadas en en la plaza del Manezh, cerca del Kremlin, a pesar de los 12 grados bajo cero que marcaban los termómetros. Las reformas económicas y el reforzamiento del papel geoestratégico de Rusia en el mundo serán las prioridades de su mandato, según anunció en su reciente discurso sobre el estado de la nación.

Para lo primero, se esperan medidas impopulares, largamente aplazadas, pero todos los indicadores reflejan que el actual modelo productivo, basado en los hidrocarburos y la minería, no da más de sí. Para lo segundo, el conflicto de Ucrania, la decisiva intervención en la guerra de Siria y el anunciado rearme nuclear marcan un incierto camino en uno de los peores momentos en su relación con Occidente.

Cuando acabe este mandato, el líder del Kremlin habrá llevado las riendas del país, ya sea como presidente o como primer ministro, un total de 24 años. Será el segundo líder más longevo tras la abolición de la dinastía zarista. Solo Stalin, en el poder durante tres décadas, le habrá superado en permanencia en el poder. Y habrá visto pasar a un mínimo de cuatro presidentes de EEUU.

El hombre que seguirá presidiendo Rusia durante los próximos seis años es uno de los políticos contemporáneos más estudiados por historiadores y psicólogos, que coinciden en afirmar que su pasado, tanto lejano como reciente, ha ejercido y ejerce una gran influencia en él, ya sea a la hora de gobernar el país o en la gestión de las relaciones exteriores. Dicen los biógrafos del hoy jefe del Estado ruso que su belicosidad se desarrolló durante su infancia en el Leningrado de la posguerra; que su etapa como espía del KGB en Alemania Oriental, donde vivió la caída del Muro, le suscitó una gran aversión hacia las revoluciones; y que su llegada al poder vino precedida de una cadena de atentados que aún hoy, dos décadas después, sugieren dudas e interrogantes acerca de su autoría.

Desde que Putin se instaló en el Kremlin, hace ya 18 años, el nivel de libertades en el país se ha ido deteriorando progresivamente, a medida que el presidente iba reforzando su autoridad. Las cadenas de televisión, que gozaban de bastante libertad para criticar, fueron poco a poco cayendo en la órbita estatal, como la NTV de Vladímir Gusinski.

Para evitar reformar la Constitución, que no permite a la misma persona ser presidente durante dos mandatos seguidos, en el 2008 Putin intercambió la jefatura del Estado por la jefatura del Gobierno con su hasta entonces primer ministro, Dmitri Medvédev. Transcurridos cuatro años, volvió a presentarse a la presidencia, un movimiento que suscitó las mayores protestas que se registraron en el país desde la disolución de la URSS y que acabó con centenares de arrestados.

La crisis económica de Rusia a raíz de la caída de los precios del petróleo y azuzada por las sanciones internacionales debido a su papel en la guerra de Ucrania han modificado la fuente de legitimidad del presidente ante la ciudadanía, estiman los expertos. Si en sus primeros años Putin era el garante de la estabilización del país, tras los duros años que precedieron y siguieron a la desintegración de la URSS, en la actualidad el presidente se ha convertido en el personaje que ha devuelto a Rusia su papel de potencia mundial. Esta última circunstancia parece haber pesado en el ánimo de los votantes durante la jornada electoral de este domingo en Rusia.