En el centro de Hamburgo el ambiente parece calmado pero las sirenas, el rumor de los motores y el constante ruido de los helicópteros que sobrevuelan la ciudad presagian que eso está a punto de cambiar. Decenas de furgones policiales cargados de agentes cortan unas calles en las que apenas pasa gente. A ambos laterales, los carteles que cuelgan de los pisos y las pintadas que adornan los escaparates de los comercios dejan claro que la cumbre del G20 no es bienvenida entre los locales. “Que te jodan, Trump”, reza una. A unos cien metros un grupo de una cincuentena de manifestantes, la mayoría jóvenes, charla tranquilamente mientras beben para protegerse del calor. Varios llevan camisetas con la calavera pirata del Sankt Pauli, un emblema del antifascismo. Todo parece calmado hasta que una activista al otro lado de la calle llama su atención.

Vestida con unos pantalones de un rojo chillón y una camiseta sin mangas azul, la joven sorprende a la policía y escala para subirse al tejado de uno de sus blindados. Los manifestantes dejan las manzanas y empiezan a gritar apoyando la acción de la chica. En pocos segundos una unidad de hasta cien agentes sale de los furgones y llega corriendo hacia el lugar. La policía le pide que baje pero, en una señal de resistencia pacífica, la chica se mantiene de pie. Hasta tres agentes rocían su cara con spray de pimienta y, a pesar de su protesta, no tarda en desplomarse, cubrirse una cara que hierve con las manos y replegarse en el capó del vehículo. “Hemos tratado muchos casos así. La policía está utilizando el gas masivamente”, explica un médico que atiende a la chica y que evita identificarse.

Los manifestante gritan mientras la policía intenta dispersarlos usando cañones de agua. Pero los gritos y los dedos arriba siguen. Los agentes avanzan con velocidad y los arrinconan. El grupo se divide y los jóvenes escapan corriendo entre callejones huyendo de una treintena de policías que, armados y cubiertos hasta la cabeza con pesantes protecciones, no llegan a alcanzarlos con las porras. “Siguen una estrategia violenta que a veces va contra la propia ley. La policía intenta provocar a los manifestantes para generar una batalla”, criticaAlexis Passadakis, coordinado de Attac, uno de las principales organizaciones antiglobalización que hay detrás de las manifestaciones. Eso, explica, se debe a la estudiada elección de Hartmut Dudde, conocido por su política de tolerancia cero contra los sectores críticos, como jefe de la policía de Hamburgo.

HAMBURGO, UN CAMPO DE BATALLA

Los altercados se repiten desde principio de semana. El martes la policía desalojó por la fuerza el campamento de Entenwerder, al sur de la ciudad, después que los tribunales retirasen el permiso legal que se les había otorgado, algo que la izquierda parlamentaria tildó de “ataque a los derechos fundamentales”. El miércoles, pocas horas antes de que Trump llegase a Hamburgo tras alzarse como defensor del nativismo occidental en un discurso en Varsovia, las calles volvían a arder. En las últimas horas las protestas han dejado hasta 159 agentes heridos y 45 manifestantes detenidos. Aunque no se conocen cifras totales, los organizadores de la marcha 'Bienvenidos al infierno' del jueves han apuntado que tres activistas están gravemente heridos por la acción policial, uno de ellos en estado crítico.

Estos días Hamburgo se ha convertido en un campo de batalla. Las zonas principalmente turísticas como el puerto presentan un aspecto fantasmagórico y desalmado y los comercios del centro se protegen con maderas y cartones para evitar desperfectos. Más allá de algunos turistas confusos y hamburgueses que pasean en bicicleta, las calles de la ciudad evidencian el choque entre dos bandos, entre policías y manifestantes. Tras la llegada el miércoles de alrededor de 1.000 activistas antisistema, las autoridades solicitaron refuerzos a otros estados alemanes para apoyar a los más de 20.000 agentes de seguridad ya desplegados. La presencia de los manifestantes ha hecho posible que Melania Trump quedase bloqueada sin poder salir de la su residencia en Hambourgo.

En su intento de presentar una imagen calmada de la ciudad, las autoridades establecieron un perímetro de seguridad alrededor del congreso que acoge el G20. Eso, además de prohibir todo tipo de protesta ciudadana contra los responsables de más de tres cuartas partes de las emisiones de gases de efecto invernadero, también llevó a la policía a pedir a los vagabundos que abandonasen la ciudad, según avanzó la revista "Hinz & Kunzt”.