Sheieen Alhassin, una refugiada siria de 26 años de edad, lleva cuatro días en huelga de hambre. Tiene a su cargo a cinco hijos y hace ocho meses que Alemania le otorgó el derecho de ser reunificados con su marido.

Todos ellos abandonaron los bombardeos de Damasco y emprendieron un viaje hacia Europa en el que Turquía dividió sus caminos. El presupuesto familiar solo alcanzaba para una persona, así que el padre se marchó a Alemania, mientras que ella se quedó cuidando de los pequeños y se amparó en el derecho a la reunificación familiar.

En el campo de Skaramagás, cerca de Atenas, la situación de Alhassin no ha mejorado demasiado. Sigue lejos de su marido y sus hijos crecen en un ambiente en el que no se les ha podido inculcar ningún tipo de disciplina al no estar escolarizados.

La impotencia ante la pasividad de las autoridades alemanas y griegas la ha llevado a recurrir a este drástico método de protesta. "Alemania echa la culpa a Grecia y Grecia a Alemania", dice a Efe.

"Es mejor estar aquí un mes sin comer para conseguir llegar a Alemania que esperar en un campo de Grecia en malas condiciones sin saber si podremos ver a nuestros familiares", sostiene.

Lo cierto es que el pasado mes de mayo el ministro de Migración heleno, Yannis Muzalas, y ministro de Interior alemán, Thomas de Maiziére, cerraron un acuerdo extraoficial para ralentizar la reunificación familiar de los migrantes.

Este hecho no pasó desapercibido para el comisario de Derechos Humanos del Consejo de Europa, Nils Muiznieks, quien en junio denunció que la reunificación familiar de refugiados "es un derecho vulnerado en muchos países de Europa", al imponer "plazos infinitos para prolongar el proceso y evitar la reagrupación".

La protesta de Alhassin forma parte del ayuno colectivo de una veintena de refugiados en los que el tiempo de espera para ser reunificados con sus familiares ha superado el plazo límite de seis meses desde la fecha de aceptación.

La huelga de hambre indefinida frente al Parlamento griego es la última vía a la que han recurrido para visibilizar su situación. Para ello han querido someterse previamente a un examen médico que certifique que sus condiciones de salud lo permiten.

"Entre los huelguistas hay dos diabéticos a los que se les mide diariamente la presión", asegura Helene Gottwald, una de las voluntarias de City Plaza, el hotel autogestionado por refugiados que ha colocado diversas tiendas de campaña y colchones en la icónica plaza de Syntagma.

Aparte de los que no ingieren alimentos hay otra veintena de refugiados que también han decidido acampar. La mayoría de ellos son críos, mujeres de edad avanzada o casos como el de Jaled Saleh, un chico de 17 años cuyos análisis de sangre desaconsejaban el ayuno.

Jaled vive en Skaramagás junto a sus padres pero tiene a tres hermanas y dos hermanos que partieron en avión hacia Kiel. La última vez que se vieron todos juntos fue hace más de dos años en Batman, una región del sureste de Turquía, tras huir de Qamishli, ciudad siria fronteriza con el país otomano.

Los ahorros que tenían eran insuficientes para preservar la unidad familiar, así que los padres decidieron invertir los 4.000 euros por persona que pedían las mafias, que les proporcionaron pasaportes falsos en su viaje a Hamburgo (Alemania), en todos los hijos menos en Jaled.

Con 14 años, el pequeño de los Saleh se quedó en Batman trabajando en una panadería 14 horas al día para ganar algo de dinero que le permitiese a él y a sus padres llegar a Europa. Cinco meses después se subió con ellos a un bote que los llevó a Lesbos.

Nada más llegar a esta isla del Egeo, Jaled solicitó, y le fue concedida, la reunificación con su familia en Alemania. Así pues, la familia presupuso que en un máximo de seis meses, tal y como establece el Reglamento de Dublín, emigrarían a tierras germanas.

Durante este periodo, en el que transitó por los campos de El Pireo, Nea Kavala y finalmente Skaramagás, Jaled tenía una tarjeta SIM para tener Internet y así poderse comunicar con sus hermanos.

Su vida no tiene nada que ver con la de sus hermanos. Mientras él come a diario un insípido bol de arroz y se ducha de mala manera en barracones, sus hermanos se alojan en un centro de acogida con agua caliente y comida de mayor calidad.

Algunos de ellos ya han encontrado un trabajo que les permite obtener una mínima remuneración a final de mes. Jaled, mientras, se ofrece de voluntario en los campos de refugiados como traductor de inglés.