«Sí, así es. He venido a devolver un poco de lo que me han dado. Estoy aquí para ayudar a los italianos. Ellos me han ayudado a mí y eso no lo olvido». Ajeno a los recelos que parte de las sociedades europeas han demostrado hacia los refugiados e inmigrantes que han llegado a Europa en los últimos años, Iamine Udiaye, senegalés de 18 años, solicitante de asilo político, sonríe cuando, por casualidad, lo encontramos en el campo de desplazados de Arquata.

Se encuentra allí como uno de los tantos voluntarios venidos, desde todas partes de la bota itálica, a contribuir a las operaciones de rescate en los Apeninos italianos. Pero él es uno especial. Uno que de víctima quiere convertirse en socorrista. Como sus otros 16 compañeros. Todos ellos también africanos —de Senegal, Malí, Níger, Nigeria, Gambia y Ghana—, muy jóvenes, candidatos al estatus jurídico de refugiado y ahora también voluntarios venidos a ayudar con las labores de levantamiento y manutención del campo para desplazados de Arquata, pueblo de Las Marcas.

«Yo también tuve miedo cuando la tierra empezó a temblar. Me desperté súbitamente. Pero nada puede ser peor a lo que ya he vivido», cuenta, hablando en un francés de marcado acento africano. Y eso que hace apenas dos meses, era él quien necesitaba ayuda. Se encontraba jugándose la vida atravesando el Mediterráneo central en una de esas barcazas que ya casi a diario se pueden ver llegar a Italia. Fue entonces que los guardacostas italianos lo salvaron y Iamine fue enviado a una estructura, regentada por una ONG italiana, en la comarca de Monteprandone, a pocos kilómetros de la zona del desastre.

"UN GRAN ORGULLO"

La original iniciativa fue fruto de una idea de los mismos chicos, cuenta Paolo Bernabucci, el coordinador del grupo y presidente de la ONG GUS, que desde hace veinte años atiende a solicitantes de asilo político en la región de Las Marcas. «A pesar de las muchas dificultades, uno de nuestros objetivos es lograr que estos chicos se integren en la sociedad y por eso, cuando ellos lo pidieron, acepté enseguida», dice. Aun así, cuenta, al principio no fue fácil llevar a los jóvenes africanos hasta las zonas afectadas por el sismo, a causa de la burocracia y de la desconfianza que algunos sienten hacia ellos. «Como siempre, surgieron polémicas. Pero, así y todo, lo logramos, lo cual es un gran orgullo», indica Bernabucci.

Eso mismo opinaba también Medolime Sarr, de 26 años y quien, como Iamine, integró el grupo de voluntarios africanos. «No he venido a Italia para quedarme con los brazos cruzados. Estoy haciendo lo que puedo», añade Medolime. «Ojalá esto sea un ejemplo para mostrarle a la gente que no somos personas malas», concluye, mientras llega la hora del rezo musulmán y el grupo se postra al suelo para ejecutar el ritual. «Ya terminan. Nos espera mucho trabajo y tenemos poco tiempo», advierte Iamine, interrumpiendo la entrevista para consultarse con una de las cooperantes que siguen su proyecto de integración.«Hasta pronto».