Empezaron con mal pie y desde entonces siempre ha habido una barrera invisible, derivada de una profunda desconfianza, que ha convertido al Reino Unido en algo así como el pepito grillo del club, siempre poniendo obstáculos al proceso de integración, descafeinando cualquier propuesta o ralentizando las decisiones. Los seis países fundadores -Francia, Alemania, Italia, Bélgica,Holanda y Luxemburgo- invitaron a mediados de la de la década de los 50 al Gobierno británico a las negociaciones que servirían posteriormente para crear la Comunidad Económica Europea.Londres, convencido de que como potencia mundial que era tendría más oportunidades comerciales fuera, rechazó la oferta.

La negativa británica no impidió al resto de países aliados lanzar su proyecto de integración económica con la firma en Roma (1957) de los dos tratados que darían origen a la Unión Europea que hoy conocemos. Londres perdía la oportunidad de meterse desde el inicio en la cocina del club pero consciente de su metedura de pata intentaba remediarlo cuatro años más tarde. Corría el año 1961 y el entonces primer ministro Harold Macmillan, del partido conservador, cursaba la petición de adhesión oficial.

VETO FRANCÉS

La sorpresa la daba entonces del ex presidente galo Charles de Gaulle, suspicaz y temeroso, que vio en el renovado interés británico un deseo de hundir el proyecto. De Gaulle dijo no a la incorporación británica. Primero en 1963 y posteriormente en 1967. El veto se mantuvo mientras dirigió el destino de los franceses pero una vez retirado de la arena pública las negociaciones entre el primer ministro conservador británico, Edward Heath, y el sucesor del ex general,Georges Pompidou, llegaron finalmente a buen puerto. El Parlamento británico aprobaba en 1971 la adhesión con una holgada mayoría -por 358 votos a favor y 246 en contra- y Londres accedía al club el 1 de enero de 1973, al mismo tiempo que se incorporaban Irlanda y Dinamarca.

PRIMERAS DESAVENENCIAS

Las primeras desavenencias de este nuevo matrimonio no tardaron, sin embargo, en surgir y un año después el líder laborista, Harold Wilson, prometía renegociar las condiciones de adhesión y celebrar un referéndum sobre la permanencia. Aunque no se produciría finalmente el divorcio -la opción de la permanencia obtuvo un confortable 67,2% de los votos en la consulta de 1975- el resultado solo fue posible a cambio de que los socios europeos accedieran a reducir la aportación económica de Reino Unido a la caja común.

CHEQUE BRITÁNICO

El tira y afloja entre Bruselas y Londres a partir de entonces nunca jamás se detendría. Las relaciones se enfriaron y enquistaron todavía más con la llegada de la conservadora Margaret Thatcher al número 10 de Downing street en 1979. A juicio de la Dama de Hierro, los británicos seguían pagando al presupuesto europeo mucho más de lo que recibían para financiar una política agrícola común de la que su país no se beneficiaba y que consideraba una absoluta pérdida de dinero. En esa época lanzaría la frase que ha pasado a la historia: “¡Quiero que me devuelvan mi dinero!”. Tras cinco años de conflicto y negociaciones, Thatcher arrancaba al canciller alemán Helmut Kohl y el presidente galo François Miterrand el que se conoce como ‘cheque británico’.

FUERA DEL EURO

Los choques no terminaron con el fin de esta batalla y siguieron vivos durante años con Londres ejerciendo de contrapeso constante a los deseos de más integración. La marcha de Thatcher de la política en 1990 tampoco sirvió para disminuir el tradicional euroescepticismo británico y fue su sucesor John Major quien logró la excepción más visible de la que gozan hoy en día los británicos: el mantenimiento de la libra y el derecho a no formar parte jamás de la zona euro. Posteriormente, el laborista Tony Blair conseguiría otro trato a la carta: dejar a Reino Unido fuera del espacio de libre circulación de Schengen y de las políticas de justicia e interior.

UN NUEVO REFERÉNDUM

El anuncio de David Cameron -quien ha bloqueado cualquier avance en materia de integración económica y fiscal- de convocar un referéndum sobre la permanencia británica si era reelegido en 2015 fue una muestra más de que las relaciones en el tormentoso matrimonio no han cambiado ni un milímetro y de que el amor, tras 43 años de historia común, ni ha llegado ni se le espera. En febrero, tras meses de negociaciones entre bambalinas, el gobierno británico volvía a dar un paso más en la Europa a la carta que quieren con el logro de nuevas concesiones en el Consejo Europeo. Si han servido para convencer a los británicos de que Europa merece la pena lo veremos este viernes pero por ahora lo único que ha servido es para meter esta historia (des)amor en una unidad de ciudades intensivos en la que podría pasar mucho tiempo.