Unos 50 millones de electores están llamados a votar en Italia hoy en referéndum para cambiar de golpe 47 artículos de la Constitución aprobada en 1948. Es la mayor reforma que jamás se haya intentado y que debería certificar que Italia ya ha superado el miedo a un retorno del fascismo, derrotado en 1945, y que puede dedicarse a construir un país más acorde con una contemporaneidad en la que las dictaduras se expresan de otras y más sutiles maneras.

Sin embargo, el viajero que aterrice estos días en Italia tendrá otras y muy distintas sensaciones, como que el objeto de la contienda no es la reforma constitucional, sino Matteo Renzi, el primer ministro, y la generación de cuarentones que en el 2013 alcanzaron el Gobierno.

Sin Silvio Berlusconi, los conservadores italianos han desaparecido, pero los cinco partidos en los que están divididos están unidos por el mismo objetivo: derrotar a Renzi, quien vinculó su futuro político al resultado de las urnas. De ese modo, mañana la Constitución sería la misma de 1948 y los electores estarían pendientes de si Renzi sigue siendo su presidente y de qué manera. A menos que las dos terceras partes de los indecisos decidan apoyarle, ya que al fin y al cabo este tipo de referéndum no necesita ningún cuórum de participación para ser válido. O que el 40% de los casi cuatro millones de electores residentes en el extranjero que ya han votado -tendencialmente favorables al sí- den la vuelta al resultado, como ya ha sucedido en otras dos ocasiones.

El viajero encontrará una Italia en la que los electores ancianos están en contra de los jóvenes y al revés, en la que las derechas invitan a votar contra los cambios que siempre habían invocado y las tradicionales izquierdas, supuestamente progresistas, defienden la conservación.

En los últimos días, los partidos de la oposición han acusado a Renzi de engañar o seducir a los electores con aumentos salariales (85 euros al mes para los funcionarios, incremento de las pensiones mínimas, ampliación del bono bebé, subvenciones a los jardines de infancia), aunque sean medidas que ya estaban incluidas en los presupuestos del 2017. Lo acusan sobre todo de querer «gobernar en solitario», con un Parlamento disminuido de poder y un Tribunal Constitucional a la merced del Ejecutivo. «No se vota para una persona ni para un partido, sino para modernizar el país», rebate Renzi, en un Estado donde, por ejemplo, un proceso civil puede durar hasta 20 años, lo que aleja de Italia a los inversores extranjeros.

ÚLTIMA ENCUESTA / El último sondeo legal daba al sí a las reformas el 34% de los votos, y al no, el 41%, con un avance de este último. Sin embargo, el 45% declaraba conocer poco o nada las reformas, mientras que el 41% apoyaba decididamente a Renzi.

«Votad con la barriga», ha invitado Beppe Grillo, líder de los indignados italianos y del segundo partido del país. «Votad con el cerebro y el corazón», ha invocado Renzi. El expresidente Giorgio Napolitano votará sí y lo mismo hará el exjefe del Gobierno Romano Prodi. Berlusconi, más fuera que dentro de la política activa, juega ambiguamente, diciendo que votará no pero que el único líder que hay es Renzi, su adversario político. «Votad contra la casta política», ha pedido Renzi, frente a unas derechas que, de hecho, siempre lo habían criticado, cosechando éxitos electorales. Grillo llama, por su parte, a votar no a unas reformas que reflejan cuanto pedían sus indignados por las calles y Matteo Salvini, líder de la Liga del Norte, lo más cercano a Marine Le Pen y a todos los partidos antieuropeos de la UE, arremete contra unos cambios con los que a su juicio «Italia se entrega a Bruselas», lo que resulta más bien difícil de encontrar en los 47 artículos en cuestión.

Pirandello -el de Así es, si así os parece- debe de estar riéndose en su tumba y Maquiavelo, teorizador del arte del compromiso, se apuntaría un tanto, porque según los sondeos, que ya fallaron con el brexit en el Reino Unido y con Donald Trump en EEUU, una aparente mayoría de electores considera que no cambiar nada resulta más tranquilizador.