Los titulares de la prensa internacional apenas lo mencionan de pasada. Pero Somalia, además de ser el santuario de mediáticos corsarios que actúan en el océano Índico, capturan superpetroleros y recaudan millonarios rescates, es también el escenario de una de las más graves crisis humanitarias que se afrontan en la actualidad, crisis que desde principios de año ha empeorado. Cada día, más de dos centenares de somalís llegan a tres abarrotados campos de refugiados gestionados por el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR) en Dadaab (Kenia) o recalan en las costas de Yemen tras atravesar en frágiles embarcaciones el peligroso golfo de Adén.

"Llegan extenuados. Algunos vienen andando desde Mogadiscio" (la capital de Somalia, a unos 400 kilómetros de la frontera), señala desde Kenia Emmanuel Nyabera, portavoz del ACNUR. "Es un auténtico desafío proveer de servicios básicos a una población de refugiados en constante aumento", dice desde Dadaab Bud Crandall, director de Care International en Kenia.

ESTADO FALLIDO Somalia es frecuentemente mencionado como ejemplo de Estado fallido. La realidad, sin embargo, va más allá y sus fronteras internacionalmente reconocidas acumulan, en los 18 años transcurridos desde la caída del dictador Siad Barre, múltiples problemas humanitarios y de seguridad que, en los últimos meses, están impulsando a sus habitantes a huir del país a un ritmo más rápido que antaño --hasta alcanzar la cifra de 470.000 refugiados repartidos entre Kenia, Yemen, Etiopía, Burundi y Ruanda-- y 1,3 millones de desplazados internos. "El número de refugiados está incrementándose constantemente", resume Roberta Russo, portavoz del ACNUR para Somalia.

El origen del éxodo no se debe a un motivo: "Las razones radican en la inseguridad en la región central y sur, la prolongada sequía y la inseguridad alimentaria", enumera Nyabera. El hecho de que campos de refugiados concebidos para albergar a 90.000 personas acojan a 270.000 es una de las razones para calificar la situación de "crisis humanitaria". "Podemos decir que hay una crisis humanitaria en la frontera entre Kenia y Somalia debido a la saturación", dice Peter Smerdon, del Programa Mundial de Alimentos (PMA).

ANGUSTIOSO La falta de espacio para los recién llegados es angustiosa, pero el Gobierno de Kenia no da su visto bueno para ampliar los campos, probablemente porque teme que se convierta en un incentivo más para que los somalís emprendan la huida. "Las autoridades no dan permiso para la construcción de un cuarto campo", constata Crandall.

Dar de comer cada día a tanta gente supone uno de los principales desafíos para el PMA. Debido a la falta de donaciones, tras el 15 de abril, la ración de 2.100 kilocalorías diarias --cifra mínima para lograr que un individuo sano mantenga un estado de salud aceptable-- tuvo que ser reducida en un 30%. El racionamiento será levantado en "las próximas semanas", según el PMA, tras recibir un préstamo.

El racionamiento de alimentos, aunque no ha sido lo suficientemente prolongado para provocar una hambruna, sí pone sobre el tapete la fragilidad de la situación a la que se enfrentan actualmente los refugiados somalís en Kenia.