Ser Donald Trump empieza a ser un problema incluso para el propio Donald Trump. La guerra de los Rose, la célebre película de <b>Danny DeVito,</b> se ha quedado en una minucia comparada con la explosiva ruptura del presidente con su exjefe de estrategia, Steve Bannon. Muchos le consideran el cerebro detrás de la operación de venta de un tipo como Trump como solución a los males de EEUU.

Sea un supremacista o no, que lo parece, nadie puede negar a Bannon su inteligencia y gran capacidad de manipulación y agitación mediática. Suya fue la idea del fake news que Trump ha extendido a todo lo que no le gusta. Hablamos de un ultra con la cabeza bien amueblada. De ahí su peligro. Fue el impulsor del movimiento populista que arrasó a Hillary Clinton en las elecciones de noviembre del 2016 e ideólogo de la mayoría de las contrarreformas conservadoras en marcha. Tuvo que dejar la Casa Blanca en agosto debido a su enfrentamiento con el entorno familiar del presidente. Bannon vio en Trump al avatar perfecto para llevar a cabo sus ideas. Desde que se hizo cargo de su campaña, la candidatura despegó, pasó de ser un charlatán a un contendiente al trono. Bannon le sacó de todos los charcos, incluidos los sexuales. Le dio la presidencia con ayuda de Hillary.

Ha pasado casi un año. Han sido doce meses caóticos. Trump ha prescindido de amigos y aliados, desconfiando de casi todos los que no son del entorno familiar. Es un hombre enrocado.

Empezó viviendo la presidencia como una continuación de The Apprentice, el reality show televisivo que lo lanzó a la fama. La única diferencia es que además de poder despedir a capricho ahora tiene el botón nuclear, o lo que sea, más grande que nadie. Es lo que más preocupa hoy: su estabilidad mental.

Se ha sabido que una docena de congresistas se reunieron a primeros de diciembre con el profesor de Psiquiatría de Yale, Brandy X. Lee, para conocer su opinión sobre la capacidad mental de presidente. Lee es autor de un estudio que tiene al menos un título prometedor: El peligroso caso de Donald Trump.

La guerra de los Rose nace de una afirmación de Bannon reflejada en el libro del periodista Michael Wolf dedicado al primer año de la presidencia, que salió el viernes a la venta. Wolf recoge una conversación con el excerebro del presidente en la que acusa de traición y antipatriotismo a Donald Trump Junior, el hijo, y al yernísimo Jared Kushner, por reunirse con personas relacionadas con el Kremlin antes de las elecciones presidenciales.

Ataque a Ivanka

Bannon comprende que las investigaciones del fiscal especial Robert Mueller sobre la presunta interferencia rusa pueden acabar con Trump y su sueño personal de una segunda revolución conservadora (después de la de Ronald Reagan en los 80).

Pero a Trump no le preocupa esa lectura política, sino el ataque contra sus hijos (a Ivanka, la esposa de Kushner, la llama «muda como un ladrillo»). El presidente responde que Bannon ha perdido la cabeza tras su despido de la Casa Blanca y reniega de él.

Los abogados de Trump centran la guerra en el autor del libro y en la editorial, a los que amenazan con consecuencias legales si no se detiene su publicación. Desde el servicio de prensa de la Casa Blanca se ha atacado la credibilidad de Michael Wolf. Le sigue el coro de Fox News.

El libro, nutrido de jugosos extractos, se titula Fuego y furia: dentro de la Casa Blanca de Trump. Es una reconstrucción del primer año presidencial basada en 200 entrevistas. Una de ellas es de Bannon.

Fuego y furia describe un Trump infantil e incapaz de entender el entorno en el que se mueve. Sostiene el autor que el empresario de la construcción no quería ser presidente, solo buscaba sacar provecho de las primarias y de la campaña (después de su sorprendente victoria en la nominación republicana) para mejorar su marca y ganar más dinero.

A Trump le gusta que le adoren, por eso le encantan los mítines multitudinarios. Lo que no le gusta es resolver problemas. El libro describe su transformación en el poder durante estos 12 meses, del tipo que jugaba a querer ser presidente al tipo que descubre el placer de serlo, de sentirse el más fuerte, el más impune de todos. Por eso no entiende qué hace un fiscal especial tocándole las narices.

La idea de que Trump es incapaz de comprender asuntos complejos, como el traslado de la embajada de EEUU a Jerusalén o el cambio climático, lleva meses en el ambiente en Washington DC. Para los que no vivimos ahí nos basta seguir su cuenta de Twitter para darnos cuenta de que el tuitero en jefe global se comporta como un trol, no como un presidente. Y nos quedan tres años.