Donald Trump ha esbozado este miércoles una política exterior con tintes aislacionistas, alejada del intervencionismo militar que ha marcado las últimas décadas y dispuesta a revaluar las relaciones con los aliados de Estados Unidos si se niegan a contribuir más económicamente por la protección que la superpotencia les presta.

El discurso ha sido mucho más reflexivo y presidencialista de lo que suele ser habitual, una señal de que el magnate empieza a creerse que será el próximo candidato republicano a la presidencia. Lejos de sus intempestivas salidas de tono, se ha presentado como un hombre de paz, dispuesto a utilizar la diplomacia, pero al mismo tiempo, receloso de las instituciones internacionales.

Gran expectación

El discurso había despertado una enorme expectación dada la intranquilidad que su candidatura y algunas de sus propuestas han generado en el mundo. Pero lejos de azuzar la inquietud, Trump se ha esforzado por calmarla. “La guerra y la agresión no serán mi primer instinto. No se puede tener una política exterior sin diplomacia”, ha dicho durante la alocución, recalcando que solo enviará tropas a luchar en el extranjeros cuando sea estrictamente indispensable y haya un plan definido para ganar la guerra.

El magnate neoyorkino ha asegurado que desde el final de la guerra ría su país “ha carecido de una política exterior coherente” y ha prometido un giro que “sustituya la arbitrariedad por el propósito, la ideología por la estrategia y el caos por la paz”.