La delicada salud de las relaciones entre Estados Unidos y la Unión Europea dependía de una fecha: el 1 de mayo. Ayer se acababa el plazo fijado por la Administración de Donald Trump para decidir la suerte de las exenciones arancelarias que concedió a la Unión Europea (UE) y otros cinco países aliados, todos ellos temporalmente a salvo de los onerosos gravámenes impuestos en marzo a las importaciones de acero y aluminio. Pero de momento nada cambiará. La Casa Blanca ha retrasado un mes más su decisión para dar margen a las negociaciones con sus socios comerciales.

En términos prácticos, eso significa que las exenciones se prolongarán como mínimo hasta el 1 de junio, un escenario que concede un respiro a Bruselas y deja en suspenso la posibilidad de una guerra comercial. El aplazamiento sirve para esquivar el choque de trenes a corto plazo, pero de ningún modo bastará para disipar la incertidumbre que se ha apoderado de los exportadores europeos, incapaces de predecir las reglas del juego con las que tendrán que competir en el mercado estadounidense.

MÁS INCERTIDUMBRE

Para la UE, se trata de una decisión totalmente insastisfactoria, que prolonga la «incertidumbre» de sus mercados y sus empresas, y ayer volvió a reclamar una «exención permanente». La Comisión Europea dijo «tomar nota» de la decisión del Gobierno estadounidense y advirtió de que la UE «no negociará bajo amenaza».

«He considerado que la forma necesaria y apropiada para abordar la amenaza que representan para nuestra seguridad nacional las importaciones de productos de aluminio desde estos países pasa por continuar las discusiones y prolongar temporalmente las exenciones», dijo Trump en una proclamación oficial. Se refería a la UE, México y Canadá, tres de los socios comerciales de EEUU que quedaron exentos de los nuevos aranceles, un 25% para el acero y un 10% para el aluminio. En términos muy semejantes se refirió al acero.

La decisión de Trump había puesto en vilo a la industria y la diplomacia europeas, que no han dejado de maniobrar para tratar de encauzar la disputa comercial con Washington. El presidente francés, Emmanuel Macron, y la cancillera alemana, Angela Merkel, viajaron a la capital estadounidense la semana pasada, entre otras cosas, para tratar de convencer a Trump sobre los aranceles. Ambos tuvieron que escuchar públicamente una letanía sobre los supuestos abusos comerciales europeos y aparentemente uno y otro se marcharon sin la garantía de un acuerdo.

CONVERSACIÓN TELEFÓNICA

El domingo, ambos dirigentes hablaron por teléfono, una conversación a la que se unió la primera ministra británica, Theresa May y, en palabras de Merkel, concluyeron que Europa está «decidida a defender sus intereses en el marco del comercio multilateral». El Gobierno francés, según un comunicado de los ministerios de Exteriores, Economía y Finanzas, seguirá trabajando para que la UE se beneficie de una exención «total, permanente e incondicional».

Bruselas ya avisó semanas atrás de que, si los aranceles estadounidenses se materializaban, contratacaría gravando productos estadounidenses por valor de 3.000 millones de euros. La lista incluye exportaciones icónicas como los Levy’s, el burbon y las motos Harley, en algunos casos originarias de los mismos estados de los que proceden los líderes republicanos en el Congreso. Por el momento, no hará falta que la UE desenfunde sus pistolas, pero la posibilidad de un acuerdo se antoja aún complicada.

El motivo parece estar en las cuotas. La Casa Blanca anunció ayer que tiene un principio de acuerdo con Brasil, Argentina, Australia y Corea del Sur para que las exenciones para cada uno de ellos sean permanentes. Pero esos acuerdos incluyen cuotas para restringir el acero y el aluminio que exportan a EEUU, una condición a la que Bruselas se niega alegando que viola las reglas de la Organización Mundial del Comercio.