Durante unos días, especialmente después de que Ted Cruz se impusiera contra pronóstico en los caucus de Iowa, pareció que el fenómeno de Donald Trump podía acabar confirmándose como la burbuja que durante meses muchos veían (o querían ver). Incluso el propio magnate inmobiliario bajó unos decibelios su habitualmente escandalosa campaña, dejando un espacio casi inquietante a silencios y a algo que podía verse como cierta moderación. Esa calma fue, en realidad, el espejismo y el martes en las primarias de Nuevo Hampshire Trump arrasó. Por fin es el favorito en algo más que las encuestas, para desesperación del aparato del Partido Republicano.

Despejando las dudas de si seguidores como los cerca de 5.000 que llenaban el lunes por la noche el Verizon Arena de Manchesterestaban allí más por curiosidad que por convicción (aunque su entrega apuntaba a lo segundo), Trump convirtió el desencanto con el sistema, la indignación, el miedo, las ansiedades, el resentimiento y los odios en casi 100.000 votos en Nuevo Hampshire, casi un tercio de los emitidos por republicanos e independientes. Obtuvo la victoria con el 35,3% del sufragio, casi 20 puntos por encima de Kasich, el segundo aspirante a la nominación de los conservadores más votado en el estado. E igual que Bernie Sanders en su triunfo en las primarias demócratas, se llevó casi el 70% del voto de ciudadanos blancos sin educación superior y el 65% del de miembros de familias con ingresos anuales menores de 50.000 dólares.

El tremendo apoyo a un hombre sin ninguna experiencia política y con propuestas que más allá de lo inmoral rozan o alcanzan lo ilegal (véase la discriminación religiosa que supondría vetar la entrada a 1.600 millones de personas en EEUU por profesar la fe musulmana) pone a muchos observadores los pelos de punta. También coloca al propio Partido Republicano ante un crudo espejo que refleja el cisma con sus bases, que también se están volcando con la candidatura ultra del favorito del Tea Party Ted Cruz. Y la falta de capacidad del aparato de unirse frente al reto que representa Trump (y en menor medida de momento Cruz) es precisamente la fortaleza del ‘outsider’.

DIVISIÓN DE VOTOS

En su primera victoria, Trump se ha beneficiado de la división de votos entre los cuatro candidatos que representan las opciones del aparato: Kasich, Jeb Bush, Marco Rubio y Chris Christie. Y aunque este último (tras anunciarlo también Carly Fiorina) parece decidido a abandonar la carrera tras un decepcionante sexto puesto (que demuestra que su feroz y demoledor ataque a Rubio en el último debate fue suficiente para hundir al senador pero no para elevarle a él), esa fragmentación sin solución a la vista sigue dando alas a la Trumpvolución populista.

“Es la tormenta perfecta para Trump”, le ha dicho a Politico Matt Dowd, que fue jefe de estrategia en la releección de George W. Bush en el 2004. “Tiene las encuestas, ha ganado por ventaja de dos cifras, se ha recuperado de una pérdida y tiene múltiples oponentes. No se podía diseñar un escenario mejor para él”.