La emblemática avenida de Habib Burguiba de la capital de Túnez volvió a llenarse ayer de gente indignada y decepcionada, siete años después de la Revolución de los Jazmines, la primera y -con todo- más exitosa de las primaveras árabes, que hizo caer al dictador Ben Alí pero no ha logrado evitar que las instituciones sigan anquilosadas. Bajo eslóganes como «el pueblo tunecino está cansado de los nuevos Trabelsi (la familia del dictador)», miles de personas se han concentrado pacíficamente, reproduciendo las protestas del 2011. La revolución se mide por los resultados, no por los propósitos, y la mayoría de los tunecinos consideran que vivieron una revolución inacabada, porque las élites gobernantes cambiaron pero la corrupción y el nepotismo ahí siguen.

El séptímo aniversario del fin de la dictadura de Ben Ali, hoy exiliado con su familia en Arabia Saudí, ha servido para recordar a los nuevos poderes que el clamor del pueblo tunecino aún no ha recibido respuesta: «¡Al karama!» (dignidad en árabe). «El principal problema al que nos enfrentábamos en el 2011 era el alto desempleo. Y hasta el momento no se ha hecho gran cosa, porque hemos dedicado mucho tiempo a la refundación del orden constitucional y la reconfiguración del paisaje político (dividido entre liberales y conservadores)», asegura Mondher Rezgui, presidente del Centro Cartago por la Paz.

Medidas apagafuegos / Rezgui recuerda que la reclamación de dignidad de los tunecinos -repetida en numerosas movilizaciones a lo largo de estos siete años- no se reducía a las libertades públicas y a los derechos humanos, sino que también apelaba al acceso a la vivienda y al trabajo. La tasa de desempleo, del 15%, alcanza el 23% en las mujeres, casi el 40% en los jóvenes y, entre estos, el 67% en los licenciados universitarios, según cifras del Tribunal de Cuentas de la Unión Europea (UE).

En vísperas de la gran movilización de ayer, el Gobierno anunció que doblará la ayuda económica a las familias más desfavorecidas. Alrededor de 250.000 de ellas se beneficiarán del aumento, de unos 50 a unos 100 euros mensuales. Sin embargo, las medidas apagafuegos no sacarán a flote un país con problemas estructurales y unas élites políticas nuevas pero que «siguen sirviéndose del Estado en lugar de servir al Estado», afirma el activista Ismael Mestasi.

Si antes la visible corrupción se reducía al núcleo de la familia de Ben Alí y sus socios, hoy se extiende a más círculos de poder. La presencia en el Gobierno de coalición de los islamistas de Nahda, el partido que regresó de la clandestinidad abanderando las esperanzas de mejorar la justicia social, tampoco ha resuelto nada.

Mestasi observa que las protestas de los últimos días en distintos puntos del país «son protagonizadas por las clases sociales más bajas», que difícilmente podrán soportar las nuevas medidas de austeridad que aprobó en diciembre el Parlamento, impuestas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) a cambio de los 2.500 millones de euros concedidos en el 2016. Aunque no tienen efectos directos en los productos básicos subvencionados, el poder de compra de los tunecinos se ha reducido notablemente.

«Mi marido trabajaba en Riad (Arabia Saudí), pero decidimos regresar a Túnez cuando estalló la revolución porque creíamos que habría cambios; sin embargo, la situación ha empeorado porque siguen robando», asegura Selma Hatti, informática de profesión.

Economía asfixiada / Tras la caída de Ben Alí, la comunidad internacional y la UE en particular se han esforzado en ayudar financieramente a Túnez para que democratizara las instituciones y luchara contra la corrupción. Pero las arcas del Estado siguen muy debilitadas. La mala gestión del dinero público y los ataques terroristas que hundieron el turismo, una de las fuentes de ingresos principales para el país, asfixian la economía y generan un clima de desafección. «Desafortunadamente, al escuchar los análisis de las causas profundas de las protestas que hacen algunas élites políticas, a veces tenemos la impresión de revivir algunas secuencias del 2011, lo que agrava el descontento», concluye Rezgui.

Las autoridades han respondido a las manifestaciones de estos días con más de 800 detenciones. No parece que ello vaya a resolver la crisis ni mitigue la decepción de los tunecinos siete años después de que la Revolución de los Jazmines les hiciera creer en una nueva era.