El 24 de junio del 2002, George Bush tuvo una visión: "Un Estado palestino viviendo en paz y seguridad junto a Israel". Lo anunció en el discurso marco de la estrategia de su Administración en el conflicto palestino-israelí y lo incluyó en una visión mucho más amplia: un Gran Oriente Próximo, desde Marruecos hasta Pakistán, donde la democracia sería el antídoto contra el extremismo y el terrorismo. Cinco años después, solo dos países árabes de la región han celebrado elecciones libres: Irak, bajo ocupación de EEUU, y Palestina, que no tiene Estado y parece más lejos que nunca de lograrlo.

Sin contar a Israel, durante el mandato de Bush ha habido elecciones en otros países (Líbano, Egipto, Irán, locales en Arabia Saudí...) pero por diferentes motivos no son un ejemplo democrático. Aliados como Jordania y Arabia Saudí son alérgicos a los escrutinios, en Egipto Hosni Mubarak prepara su sucesión en su hijo, Pakistán es una dictadura militar y en el Líbano e Irán las urnas refrendaron el extremismo de Hizbulá y de Mahmud Ahmadineyad.

Caso cruel

El caso más sangrante probablemente sea Palestina. "El Parlamento palestino debe tener plena autoridad (...). Los ministros necesitan autoridad e independencia", dijo Bush en su discurso, en el que exigió apartar a Yasir Arafat, reformar la Autoridad Nacional Palestina para pasar de un régimen presidencialista a otro parlamentario y convocar elecciones. Les costó, y por el medio hubo de morir Arafat, pero los palestinos celebraron elecciones en el 2005 y el 2006. Las presidenciales las ganó Mahmud Abbás, Abú Mazen, y las legislativas, Hamás. La respuesta de Bush, apoyado por la UE, fue boicotear primero el Gobierno monocolor de los islamistas y después el de unidad con Al Fatá porque Hamás no reconoce a Israel.

La reciente crisis de Gaza ha certificado el enésimo giro de Bush en este conflicto: ahora hay que apoyar al presidente y desdeñar el Parlamento. Los palestinos tienen dos gobiernos y una fractura geográfica y política que convierte en más ilusorio si cabe hablar de un Estado. A ello hay que añadirle que la ocupación israelí continúa con el muro, los asentamientos y los cierres y bloqueos, que curiosamente suceden en el mismo lugar, Cisjordania.

Cocina conservadora

La visión del Gran Oriente Próximo democrático es, junto al caos iraquí, el gran fracaso de la política internacional de Bush, compartida en gran medida por la UE, sobre todo tras la crisis de las caricaturas de Mahoma. Parida en la cocina neocón por chefs como Paul Wolfowitz, la tesis está íntimamente relacionada con la guerra de Irak y parte de una premisa que la realidad desmiente: la solución a Oriente Próximo pasa por Bagdad, Beirut, Damasco o Teherán, no por Jerusalén.

Cada vez que a la población de los países árabes y musulmanes se le ha dado la oportunidad de votar libremente, han salido reforzados los extremistas. Como los motivos no importan, resulta incomprensible en Washington por qué la gente no apoya a quien debería.

"Si la libertad puede florecer en el complicado suelo de Cisjordania y Gaza, inspirará a millones de hombres y mujeres (...) que están igualmente cansados de pobreza y opresión", dijo Bush en su discurso de hace cinco años. Solo él puede tener razón y a la vez estar equivocado en una misma frase.