¿Cómo se reconocerá a un hombre sabio? Sí, seguro que es silencioso, pasa desapercibido, ni cuenta historias, ni entra en aventuras. O también puede ser las dos cosas tal vez. Se reconocerá porque en algún momento de nuestra vida, habrá dejado algo para nosotros que recordaremos siempre.

Un día, hace mucho, cuando solo tenía 15 años, mientras viajaba con el rebaño, en una de esas jornadas largas de trashumancia, la yegua transportaba lo necesario, pero espantándose de algo salió corriendo y rompió dos botellas hermosas de agua que llevaba sobre ella, y era un día interminable y caluroso de mayo. El ganado bebió por la mañana, en un navajo de color anaranjado, un agua retenida que no nos atrevimos a beber porque esperábamos encontrar un manantial mas claro y puro.

A mitad de la tarde, encontramos un hombre que andaba por un camino, y le preguntamos dónde encontrar agua. Nos desvió un poco de nuestra ruta y llegamos a una fuente, donde un hilo de agua caía humilde, segura. Sacó su propia botella y empezó a llenarla despacio y con cuidado. La botella estaba muy desgastada, descolorida, ajada y algo sucia por fuera. Una vez llena, me ofreció a mí primero. Yo, la miré casi con reparo a pesar de la sed. El hombre intuyó lo que estaba pensando y dijo: "Aunque por fuera no te guste su aspecto, ya has visto que el agua que hay dentro, es pura y clara, eso es lo que importa".

Agradecidos, por llevarnos a aquella fuente y saciar nuestra sed, le ofrecimos leche de las cabras, que llevaban las tetas relucientes y llenas. El hombre, dijo que sí le apetecía, que el mismo ordeñaría una de ellas. A la voz de los pastores, acudieron mansas las cabras sabiendo que les iban a aliviar el peso que portaban. El hombre, colocó la botella en el suelo, pero como el suelo era irregular la botella quedo inclinada, pero sin importarle, comenzó a ordeñar. Cuando llevaba unos minutos y el nivel de la botella iba subiendo, chorro a chorro, por estar inclinada era seguro que se caería, antes de estar llena. Yo, inocentemente, dije: "Se la va a caer". Y él, seguro como un trueno, contesto: "Entonces, seguro que es por que ya no necesito más".

Seguimos la tarde hablando con él, quejándonos del calor, a lo que el hombre dijo: "Pasará".

Al día siguiente, un airecillo fresco recorría toda la mañana, y fue agradable para el ganado y nuestro viaje. Lo curioso es que al llegar al pueblecito más cercano, contamos cómo nos habíamos quedado sin botellas y cómo alguien nos había remediado, pero nadie conocía a ese hombre. De él aprendimos a mirar lo de dentro, no el aspecto exterior. Quizá nuestra botella ya tenía suficiente. Seguro, porque aún lo recordamos. Y todo pasa.